Serie misterios revelados
La amistad... ¿entre el hombre y la mujer?
PRIMERA PARTE. Niñez y adolescencia
Hay varios temas, diría fundamentales, que cautivan a la humanidad toda desde hace mucho tiempo.
La eterna lucha entre el bien y el mal, las paradojas del tiempo, la búsqueda de la vida eterna, las pujas entre la izquierda y la derecha, Moria contra Barbieri, "El Defe" vs. "Excursio"... pero donde todos nos detenemos a pensar y debatir con mayor frecuencia, ya sea en casa, en el café con amigos (todos hombres) o en la peluquería (todas mujeres) es:
¿EXISTE LA AMISTAD ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER?
Sobre este tema -trillado, pero ¡qué tema!-, a lo largo de la historia se han manifestado desde Moisés hasta Platón, de Cicerón a Constantino, desde Guillermo hasta Palermo.
En los siguientes y tímidos párrafos os daré mi parecer, pero esto no quiere decir -para aclarar de entrada- que tenga una opinión formada sobre el mismo. Más que nada serán una serie de experiencias vividas, de conjeturas, suposiciones… en definitiva, no tengo una puta idea respecto a tan profundo asunto. Analicemos:
Todo arranca muy raro. Los hombres desde el inicio estamos dentro de una mujer para, unas semanas después y algo más grandecitos, salir nuevamente. Así es, y la abandonamos por ese lugar al que luego queremos volver toda la vida. ¿Les queda claro?
Ya de bebé, la relación madre e hijo -a mi entender- es un amor extraño, un singular sentimiento que no se puede catalogar de "amistad"; todo el día pegado a la teta y cuando nos deja en el Moisés (¡epa!, es la segunda vez que lo nombro) empezamos a llorar sin remedio por dicha separación (hablar ahora del complejo de Edipo sería bastante tedioso)
Pronto nos vamos dando cuenta que esa hembra que “amamos” nos engaña con un ser inerte y sin sex appeal, que viene a ser nuestro padre para, más tarde, calmarnos por fin al descubrir que esa "teta" no es la única que hay en el planeta -aunque, convengamos, es la que mejor cocina- porque aparecen unas mini hembras, especímenes que conoceremos en el JARDIN DE INFANTES, ese lugar desconocido, donde nuestro viejo amor -MAMA- nos abandona ante esas pequeñas que han de presenciar la peor carta de presentación pues llegamos todos llorosos (los varones, sí, ¿y qué? ¡de puro macho que somos lloramos... psss!) como Passarella en los últimos partidos. ¿Complicado hasta ahora? Bueno, seguimos.
Pero ¡oh sorpresa!, en ese momento surge otro ser grande con pelo largo que nos toma de la mano y nos da besitos para consolarnos. ¿Quién es?
La maestra jardinera... ¡bum! nuestra cabecita estalla. Secamos las lágrimas y de repente vemos decenas de mini madres vestidas de rosa correteando celosas a nuestro alrededor, ¡las compañeritas!
Recuerdo que descubrirlas, para mí, fue “el paraíso”… igualmente yo era retraído y no sabía cómo llegar a relacionarme... ¡bah, igual que ahora!. Aquellos nenitos que eran más piolas (o tenían padres langas que los habían entrenado) ya perseguían a la más linda de la salita.
Y tuve, por esta persecución ajena, lo que sería mi primer encuentro con otro ejemplar hembril: Malena. Huyendo de los degeneraditos que la corrían, “este solcito” chocó conmigo en su carrera loca. Al confundirme con uno de ellos, atinó a pegarme una cachetada (¡hostiles ya desde pequeñas!) y yo atiné a... LLORAR, obviamente como todo macho que las tiene bien puestas. Entonces se compadeció (siempre tan raras), me tomó de la mano y calmó mi sollozo. Fue ahí mismo donde debuté mi "mirada de tonto" (posteriormente me daría grandes resultados) que es esa mirada perdida que tenemos los hombres cuando nos enamoramos.
Así pasamos toda la tarde. Manito, caricias, mohines y sonrisas hasta que sonó la campana... y luego llegó el trolebús para regresar pronto a casa y escuchar a Tarzán en la radio saboreando un plato de gofio...
¿Qué estoy un poco jovato? ¡Déjense de hinchar las bolas con eso!
¿A qué iba? Ah… a que esa no fue una amistad. Que la manzanita, que el dibujito, que hacerse pis encima para que nos de pelota y miles de estrategias más eran para generar un amor que nunca se concretaría.
En la primaria lo mismo. Uno se hace el amiguito pero lo que quiere es conquistar; canchereando porque es el que mejor juega a la pelota, el que más rápido corre, el de la cartuchera más copada, el que tiene el mejor auto… no, me confundí, esos son los padres separados queriendo levantarse a la madre de algún compañerito del nene.
Termina el primer tiempo (niñez) y el partido está empatado:
Amor 0 - Amistad 0
En la secundaria (segundo tiempo, adolescencia) uno se aviva y empieza a atacar a las del curso, sin suerte, pero ya allí el cazador es un corazón solitario (¡buena frase!) que genera la situación:
"¿Somos amigos o algo más, chiquita?"
y la confusión de la revuelta hormonal nos sigue haciendo mirar con la "mirada de tonto".
Las chicas, que ya evolucionaron antes que nosotros, sólo nos escrutan como bichos gelatinosos y pestilentes, ellas están como en otra cosa y se dan el lujo de despreciarnos. El noviazgo puede llegar, quizá con fortuna, en el caso de los más valientes, pero la amistad no. ¿Por qué?
Porque, señoras y señores, la amistad es otra cosa.
La amistad es MACHO con macho y HEMBRA con hembra... y se acabó.
Una buena postal representan las reuniones juveniles que en mi época se llamaban "asaltos", donde hombres se juntaban con hombres y las mujeres todas juntas en la otra punta. Así, de este modo, hasta que terminaba la fiesta. Y como en un abrir y cerrar de ojos pronto se va terminando el partido... perdón, el secundario entero.
En esta etapa, con mucho dolor nos fuimos enterando que las más bonitas se ponían de novias con seres odiosos de otro colegio o de otro barrio ante la mirada atónita de todos nosotros que estuvimos calentando la pava durante años. Amigos, la vida es muy cruel a veces.
El golpe de gracia suele ser el famoso viaje de egresados a Bariloche, donde todas las chicas se descontrolan y dan rienda suelta a esa sexualidad contenida y ahí sí, se transforman en gatas en celo dispuestas a entregarse sin más trámite a cualquiera… cualquiera con excepción de sus compañeros de colegio, obvio.
Luego llegarán la facultad y los laburos. Allí, ya superada la pubertad, ¿O NO? (como en mi caso que soy considerado un ser en edad del pavo crónica) comienza lo que llamaré la revancha... pero ese es tema del segundo capítulo.
La amistad... ¿entre el hombre y la mujer?
PRIMERA PARTE. Niñez y adolescencia
Hay varios temas, diría fundamentales, que cautivan a la humanidad toda desde hace mucho tiempo.
La eterna lucha entre el bien y el mal, las paradojas del tiempo, la búsqueda de la vida eterna, las pujas entre la izquierda y la derecha, Moria contra Barbieri, "El Defe" vs. "Excursio"... pero donde todos nos detenemos a pensar y debatir con mayor frecuencia, ya sea en casa, en el café con amigos (todos hombres) o en la peluquería (todas mujeres) es:
¿EXISTE LA AMISTAD ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER?
Sobre este tema -trillado, pero ¡qué tema!-, a lo largo de la historia se han manifestado desde Moisés hasta Platón, de Cicerón a Constantino, desde Guillermo hasta Palermo.
En los siguientes y tímidos párrafos os daré mi parecer, pero esto no quiere decir -para aclarar de entrada- que tenga una opinión formada sobre el mismo. Más que nada serán una serie de experiencias vividas, de conjeturas, suposiciones… en definitiva, no tengo una puta idea respecto a tan profundo asunto. Analicemos:
Todo arranca muy raro. Los hombres desde el inicio estamos dentro de una mujer para, unas semanas después y algo más grandecitos, salir nuevamente. Así es, y la abandonamos por ese lugar al que luego queremos volver toda la vida. ¿Les queda claro?
Ya de bebé, la relación madre e hijo -a mi entender- es un amor extraño, un singular sentimiento que no se puede catalogar de "amistad"; todo el día pegado a la teta y cuando nos deja en el Moisés (¡epa!, es la segunda vez que lo nombro) empezamos a llorar sin remedio por dicha separación (hablar ahora del complejo de Edipo sería bastante tedioso)
Pronto nos vamos dando cuenta que esa hembra que “amamos” nos engaña con un ser inerte y sin sex appeal, que viene a ser nuestro padre para, más tarde, calmarnos por fin al descubrir que esa "teta" no es la única que hay en el planeta -aunque, convengamos, es la que mejor cocina- porque aparecen unas mini hembras, especímenes que conoceremos en el JARDIN DE INFANTES, ese lugar desconocido, donde nuestro viejo amor -MAMA- nos abandona ante esas pequeñas que han de presenciar la peor carta de presentación pues llegamos todos llorosos (los varones, sí, ¿y qué? ¡de puro macho que somos lloramos... psss!) como Passarella en los últimos partidos. ¿Complicado hasta ahora? Bueno, seguimos.
Pero ¡oh sorpresa!, en ese momento surge otro ser grande con pelo largo que nos toma de la mano y nos da besitos para consolarnos. ¿Quién es?
La maestra jardinera... ¡bum! nuestra cabecita estalla. Secamos las lágrimas y de repente vemos decenas de mini madres vestidas de rosa correteando celosas a nuestro alrededor, ¡las compañeritas!
Recuerdo que descubrirlas, para mí, fue “el paraíso”… igualmente yo era retraído y no sabía cómo llegar a relacionarme... ¡bah, igual que ahora!. Aquellos nenitos que eran más piolas (o tenían padres langas que los habían entrenado) ya perseguían a la más linda de la salita.
Y tuve, por esta persecución ajena, lo que sería mi primer encuentro con otro ejemplar hembril: Malena. Huyendo de los degeneraditos que la corrían, “este solcito” chocó conmigo en su carrera loca. Al confundirme con uno de ellos, atinó a pegarme una cachetada (¡hostiles ya desde pequeñas!) y yo atiné a... LLORAR, obviamente como todo macho que las tiene bien puestas. Entonces se compadeció (siempre tan raras), me tomó de la mano y calmó mi sollozo. Fue ahí mismo donde debuté mi "mirada de tonto" (posteriormente me daría grandes resultados) que es esa mirada perdida que tenemos los hombres cuando nos enamoramos.
Así pasamos toda la tarde. Manito, caricias, mohines y sonrisas hasta que sonó la campana... y luego llegó el trolebús para regresar pronto a casa y escuchar a Tarzán en la radio saboreando un plato de gofio...
¿Qué estoy un poco jovato? ¡Déjense de hinchar las bolas con eso!
¿A qué iba? Ah… a que esa no fue una amistad. Que la manzanita, que el dibujito, que hacerse pis encima para que nos de pelota y miles de estrategias más eran para generar un amor que nunca se concretaría.
En la primaria lo mismo. Uno se hace el amiguito pero lo que quiere es conquistar; canchereando porque es el que mejor juega a la pelota, el que más rápido corre, el de la cartuchera más copada, el que tiene el mejor auto… no, me confundí, esos son los padres separados queriendo levantarse a la madre de algún compañerito del nene.
Termina el primer tiempo (niñez) y el partido está empatado:
Amor 0 - Amistad 0
En la secundaria (segundo tiempo, adolescencia) uno se aviva y empieza a atacar a las del curso, sin suerte, pero ya allí el cazador es un corazón solitario (¡buena frase!) que genera la situación:
"¿Somos amigos o algo más, chiquita?"
y la confusión de la revuelta hormonal nos sigue haciendo mirar con la "mirada de tonto".
Las chicas, que ya evolucionaron antes que nosotros, sólo nos escrutan como bichos gelatinosos y pestilentes, ellas están como en otra cosa y se dan el lujo de despreciarnos. El noviazgo puede llegar, quizá con fortuna, en el caso de los más valientes, pero la amistad no. ¿Por qué?
Porque, señoras y señores, la amistad es otra cosa.
La amistad es MACHO con macho y HEMBRA con hembra... y se acabó.
Una buena postal representan las reuniones juveniles que en mi época se llamaban "asaltos", donde hombres se juntaban con hombres y las mujeres todas juntas en la otra punta. Así, de este modo, hasta que terminaba la fiesta. Y como en un abrir y cerrar de ojos pronto se va terminando el partido... perdón, el secundario entero.
En esta etapa, con mucho dolor nos fuimos enterando que las más bonitas se ponían de novias con seres odiosos de otro colegio o de otro barrio ante la mirada atónita de todos nosotros que estuvimos calentando la pava durante años. Amigos, la vida es muy cruel a veces.
El golpe de gracia suele ser el famoso viaje de egresados a Bariloche, donde todas las chicas se descontrolan y dan rienda suelta a esa sexualidad contenida y ahí sí, se transforman en gatas en celo dispuestas a entregarse sin más trámite a cualquiera… cualquiera con excepción de sus compañeros de colegio, obvio.
Luego llegarán la facultad y los laburos. Allí, ya superada la pubertad, ¿O NO? (como en mi caso que soy considerado un ser en edad del pavo crónica) comienza lo que llamaré la revancha... pero ese es tema del segundo capítulo.
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en este blog encontraran una entrevista a miriam cairo
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