2/13/2008

que piensan de esto?



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Maggie, la mojigata.
Escrito por: analatana el 13 Feb 2008 - URL Permanente


Maggie y Teté

Maggie escuchaba a medias lo que le decía Rosales, el
contratista. Estaban parados al lado de la mesada de su cocina nueva
y el tipo le explicaba no sé qué de los rieles de los cajones. Habrá
sido el calorcito tibio, o ese rayo de luz que caía, cuadriculado, a
través del ventanal, lo que la hizo sentirse aislada del resto de la
casa y que provocó que se desatara, otra vez, su imaginación.

« ... Ahora me mira intensamente, me agarra por la cintura, me empuja contra la mesada
y se atreve a decirme: “Mamita, dejame que te abrace, que te apriete.
¡No sabés cómo te sueño! ¡Tan dulce, tan blandita! “ ... No, blandita,
no. Mejor: “¡Tan dulce, tan ... !” ¿Tan qué ...? ¿Apetitosa? “Siempre
quise tener una mujer como vos, ¡tan menudita, tan casera!” ... Je, ¡Ya
me fui al diablo!, ¡Tan casera! ... Bueno, ¿por qué no? Sería toda una
novedad, para variar. Me imagino a Lorenzo y los amigos cuando arrancan
con los mismos chistes machistas de siempre, en lugar de ¡qué loba! ¡qué
gato! ¡qué lomo! diciendo: ¡qué ama de casa! ¡qué madrecita! »

«La verdad, es un poco flaquito Rosales — pensó mientras lo miraba abrir y cerrar
cajones — ¿Lorenzo era flaquito así? Más o menos. Ya ni me acuerdo cómo
era acostarse con un flaquito. A lo mejor ahora ya extrañaría el salvavidas
de Lorenzo». Últimamente había tomado por costumbre sostenerse de los
rollitos de su espalda mientras esperaba a que él se desahogara. Menos
mal que habían llegado a una especie de acuerdo tácito y lo hacían domingo
por medio, después de “Fútbol de Primera”. Con suerte, si no tardaba
mucho y no quedaba muy dolorida con los topetazos de sus ochenta y dos
kilos, podía ver la mitad de alguna película o leer un rato una novela.
Hasta hacía algunos años, después de que él terminaba con lo suyo, se
dedicaba a hacer su trabajo para dejarla contenta a ella, pero como la
cosa resultaba bastante difícil, un día le dijo: “ Mirá cieli, no hace
falta que te esfuerces. Para mí que debo ser frígida, de todas maneras
estoy bien “. Y a otra cosa.

— ¡Señoooraaa! Cayó a tierra de golpe. ¡Madre mía! ¿Qué le pasa a ésta ahora?

— Disculpe Rosales. Está quedando todo bárbaro. Caminó hacia el hueco de la escalera mientras se reía sola pensando en la cara del pobre Rosales si como despedida le hubiera dado un beso y le hubiera dicho: “ Flaquito, te espero acá mismo, a la hora de la siesta”.

— Sí, Herme. ¿Qué pasa?

— Llamó la señora Teté. Dice que la pases a buscar, que no tiene auto.

— Bueno. Herme, yo me voy. Vuelvo al mediodía

Camino al garaje pasó por el placard del recibidor y sacó su paleta de paddle y una campera liviana. De paso se miró en el espejo. «Estas calzas no me quedan tan mal. Y la remera roja me levanta la cara. Tendría que volver a ir al gimnasio y también caminar más veces por semana. Bueno, pero por lo menos juego al paddle». Se pasó un cepillo por el pelo y se puso un poco de brillo en los labios. Muchas veces pensó en cambiar su carré castaño por algún corte más moderno, pero nunca se decidió. Sabía que después le iba a dar vergüenza e inmediatamente iba
a desear tenerlo como antes.

Ya había salido cuando se acordó del teléfono celular. Subió corriendo a su dormitorio, lo sacó del cargador y lo metió en el bolso. Finalmente se subió al auto y después de haber hecho unas
cuadras se acordó de encender el teléfono. La verdad es que, cada vez que sonaba, (cuando lo escuchaba), tenía que buscarlo en el fondo de la cartera y muchas veces cuando lograba atender ya habían cortado. No es que la llamaran mucho. En realidad se preguntaba para qué lo quería. Las pocas veces que llamaba alguno de sus hijos, generalmente era para preguntarle si le podía prestar el auto. Otra que llamaba era Herme, que a las once de la mañana quería saber qué preparaba para la cena. En otra época le hubiera venido bien, cuando andaba de casa en casa dando lecciones de inglés, muchas veces hasta después de la hora de la cena. En ese entonces siempre estaba preocupada por los chicos. Si habrían hecho los deberes; si habrían comido bien; si se habrían bañado. Y también por la cena de Lorenzo. Aunque con bastante frecuencia resultaba que cuando llegaba a casa, él había avisado que no venía hasta tarde. Ahora hacía un tiempo que ya no tenía tantas reuniones de noche. El teléfono se lo trajo Lorenzo, pensando que ella quería tener uno igual que las mujeres de sus amigos. Algunas de esas mujeres se mandaban la parte diciendo que los maridos les hacían llevar el celular para poder controlarlas. Maggie no sabía si era verdad pero pensaba que hubiera sido lindo que alguien la controlara un poquito a ella.

Teté apareció con un conjunto de shorts y remera bastante ajustados. Tenía buenas piernas, sin celulitis y estaba quemada de cama solar. El marido, Ricky, el hermano de Maggie, hacía ya dos años que se había ido atrás de otra quince años más joven, no sin tomarse primero el trabajo de explicarle, orgullosamente, que no sólo era linda y joven, sino que muy inteligente, muy buena en su profesión y que ganaba muy buen dinero. “No como vos, que te convertiste en un parásito”. Cuando superó la depresión de los primeros tiempos (duelo, según su psicólogo), se dedicó con frenesí a rejuvenecerse. Una refrescada de cara, lolas nuevas, dieta, gimnasia, clases de flamenco y samba. También desempolvó el diploma de arquitecta y comenzó a dedicarse a la decoración de interiores. Cuando nació Matías, su hijo mayor, el marido había empezado a insistir en que para qué iba a trabajar si él podía mantenerlos a todos. Repetía que el lugar de una madre ciertamente estaba al lado de sus hijos, y ella, terminó cediendo. Últimamente andaba bastante bien de ánimo, pero esa mañana tenía una expresión especialmente radiante.

— ¿Pasa algo? Parecés muy contenta.

— ¿Sí? Bueno, ¡al fin parezco contenta!

— Pero, ¿pasa algo en especial?

— ¡Ayy Maggie! Cómo te lo puedo explicar. Mirá, ¡Me siento como si me hubieran crecido alas!

Maggie no pudo evitar echarle una mirada a la espalda, por las dudas.

— ¿Alas?

— Sí, de golpe me siento bien, suelta, ligera. Tuve el click. No era verdad que el tren ya pasó,
que la vida se acabó. No tengo que fingir más que estoy bien. ¡Estoy bien!

— ¡Pero eso es bárbaro! ¿Querés decir que te pasó de golpe?

— No, pero recién me estoy dando cuenta. No sé si lo vas a entender. Vos vivís medio en un limbo.

Maggie apretó los dientes. — Vos probá. Que estés divorciada no te da patente de viva ni de superada.

— Bueno che, no te ofendas, te voy a contar. Es como un proceso. Al principio, después de que Ricardo se fue, me costaba mucho pensar que estaba separada, no lo quería aceptar. La verdad es que me daba vergüenza. Y pensaba que yo no valía nada. Como al año me empecé a sentir un poco mejor y acepté una invitación a una reunión. ¿Te acordás de Marita Berenz?

— ¿La compañera de tu hermana?

— Sí. Una vez me llamó. Se enteró de que me había separado y estaba organizando una reunión de amigos, un sábado por la noche. Me dijo que siempre reunía gente muy interesante y que lo pasaban bien. Yo no quería ir, pero mi hermana me insistía con que alguna vez tenía que salir, que si no me gustaba siempre me podía ir, que no era bueno que estuviera siempre en casa o saliendo nada más que con mujeres. Además, dijo que Marita era un poco rara, pero que siempre fue buena persona.

— ¿Rara por qué?

— Bueno, vos sabés. Aunque es muy culta y de muy buena familia es llamativa y bastante desenfada. Es verdad que conoce mucha gente. Y si quiere conocer a alguien, se acerca sin ningún problema y enseguida traba relación. Pero por lo que vi, todos la tratan con afecto. Tiene como una cualidad rara, como una inocencia en el fondo, no sé.

— ¿Y qué? ¿Fuiste?

— Sí. Éramos unos diez, entre hombres y mujeres. Número desparejo. Y todos parecían gente muy bien. Al principio la charla era general, como en una reunión de matrimonios. Después bailamos un poco y cuando yo dije que me iba, uno de los hombres me invitó a tomar un café. Como ya se me había pasado el miedo y veía que no pasaba nada raro, dije que sí. Tomamos el café y charlamos sobre libros, música, cine, que sé yo, nada muy comprometido. Cuando finalmente dije que me tenía que ir se ofreció a llevarme. Íbamos por Libertador, creía yo que camino a casa, cuando el tipo se desvió y se puso en la cola de un hotel.

— ¡Dios mío! ¿Qué hiciste?

— Empecé a balbucear: “No, no. ¿Pero que es esto? Estás confundido, te equivocaste”. El me miraba totalmente sorprendido. Me dice: “¡Pero viniste a tomar el cafecito!” Y yo: “Sí, pero no, no ...” . Cacé mi cartera, me bajé del auto y me fui corriendo. Después me acordaba del pobre tipo, en la cola, con todos los autos que se le habían juntado atrás. ¿Qué le habrá dicho al de la admisión? “No, si yo vengo a pajearme acá porque lo hago más motivado”.

— ¡Ay Teté! ¿Te habrá visto alguien?

— ¡Que sé yo! ¿Que importancia tiene?

— Y, no sé. ¡Qué vergüenza! ¿Qué te dijo Marita?

— Bueno, no creo que se haya sorprendido. Pero me aseguró que no todos eran así. Que era gente fina. Es más. Uno de los señores que habían estado en la reunión esa noche, le había preguntado por mí, dijo que le había gustado, no sólo por mi aspecto sino por mi conversación, que no parecía una cabeza hueca como las otras y que le pidió mi teléfono. Yo le dije que ni loca, que ni se le ocurrriera, que con un papelón ya había tenido bastante. Pero ella insistió con que éste era otra cosa. Un tipo muy espiritual, además de buen mozo y tener buena posición. Al final le dije que bueno, que le diga que me llame. Me llamó y nos encontramos una tarde en una confitería en los bosques de Palermo. Después salimos a caminar y hablamos mucho sobre el sentido de la vida y otros temas trascendentales. Me dijo que lo había pasado muy bien conmigo y me invitó para una noche de la semana siguiente. Yo empecé a desconfiar, ya me veía escapándome otra vez con la bombacha en la mano, pero pensé: «No puedo ser tan paranoica» y le dije que estaba bien, que me pasara a buscar.

— ¿Y?

— Bueno, en lugar de con la bombacha, me escapé con los zapatos en la mano. Mira, esa noche me emperifollé toda: peluquería, minifalda y tacos altos. Me pasó a buscar. Yo no me animaba a preguntar adonde íbamos, aunque estaba alerta. Llegamos a una casa en Belgrano, tipo un petit-hotel. Entraba más gente. Yo pensé que era una fiesta. Entramos por lo que parecía un garaje y vi que los que estaban delante nuestro se sacaban los zapatos y los dejaban, junto con muchos otros pares, en fila contra la pared. Le pregunté a Julio, mi acompañante, que por qué, y él me dijo que era costumbre ahí, que ya iba a ver, que no me preocupara. Me saqué los zapatos y le pregunté: “¿Y el número?”. Le dio risa y me dijo que no había número, que me quedara tranquila, que nadie se iba a llevar mis zapatos. Me hizo pasar a un salón grande, con filas de bancos largos, como de Iglesia, me sentó en uno del medio y me dijo que él tenía que hacer algo, que ya volvía. Me puse a observar el lugar y la gente. El ambiente parecía bueno, pero me sentí un poquito sobrevestida. En el frente, hacia donde apuntaban los bancos, había una tarima. Atrás de la tarima un telón y una foto gigante de un gordito morochón con una aureola espesa de rulitos en la cabeza y una túnica naranja. A los lados de la foto muchas flores. «¡Ahh — pensé—. Ahora caigo. Este gordo creo que es un músico de alguna onda tropical. Deben bailar lambada o algo así. Por eso lo de los zapatos. ¡Qué divertido!». De golpe empezó a bajar la intensidad de la luz. El salón quedó en una semipenumbra, encendieron unas velas que estaban cerca de las flores y aparecieron en la tarima unos tipos con unas túnicas iguales que las del gordo de la foto, pero blancas. Qué te cuento que mi festejante, Julio, era uno de ellos. Empezaron con unos cánticos en un idioma raro. Te puedo asegurar que no era nada bailable. Le pregunté a una que estaba sentada a mi lado dónde quedaba el baño. Me contestó, pero ofendida porque la había interrumpido. Ya que estaba le pregunté también qué idioma era ese. Ahí ya me contestó exasperada: “¡Sánscrito! por supuesto”. Me fui agachada, para no molestar y para que no me viera Julito, que de todas maneras estaba muy entusiasmado cantando. En cuatro patas, busqué mis zapatos. Salí a la calle sin ponérmelos, de apurada, y me subí a un taxi que pasaba. Un horror, porque el taxista, como me vio agitada y descalza, me miró a través del espejito y me dijo: “Je, de donde vendrá, tan elegaaante...”.

— Pero todo esto es frustrante. ¿Cómo es que te hace sentir mejor?

— Bueno, seguro que no es por eso. Pero supongo que eran experiencias por las que tenía que pasar. Después de eso no salí con ningún otro, ni tampoco fui más a las reuniones de Marita. Eso de ir a exponerse no es para mí. Pero hace como dos meses conocí a alguien. ¿Te acordás cuando fui a pasar un presupuesto a esa escribanía en el centro? Bueno, charla va, charla viene, el escribano me invitó a salir.

— ¿Es casado?

— ¡Siempre la misma vos! No, no es casado. Es soltero.

— ¿Soltero? ¿Y cuantos años tiene?

— Alrededor de cincuenta. Bueno ...

— ¿¡Cincuenta y soltero!? ¡Dios mío! ¿No será raro?

— ¡Qué bárbara! ¡Pará! ¡Dejame contarte! Vas a ver “qué” raro.

— ¿Es buen mozo?

— Más o menos. Nnno, te diría que no. No es desagradable y parecía interesante.

— ¿Saliste?

— Al principio me dio un ataque de pánico. Tenía ganas, pero me sentía otra vez peor que en mi adolescencia. No sabía qué hacer. Le dije que no, que muchas gracias pero que no podía. El tipo se dio cuenta de que me sentía como una idiota y a los pocos días insistió. Me invitó a cenar y fui.

— ¿Qué te pusiste? — Después de que se le escapó la pregunta, Maggie pensó que
ésta era totalmente boluda, pero se ve que también había sido un punto importante para Teté porque le contestó sin comentarios.

— Me cambié ochenta veces. Que así muy formal, que así muy pendeja, que así muy llamativa, ¡Qué se yo! Al final me puse el traje pantalón rayado con una remera de seda. Y un conjunto interior de encaje, por las dudas.

— ¿Cómo por las dudas? ¿Quiere decir que esta vez pensabas aflojar de entrada? ¿El primer día? ¿¡Cómo te animaste!?

— No me animé nada. La cena estuvo bárbara. La conversación estuvo bárbara. Pero cuando me dijo de ir a su departamento, empecé a temblar. Me acordé de los episodios anteriores, pero también de los comentarios de tu marido, cuando decía que era más fácil concretar con las maduritas porque tenemos hambre y estamos desesperadas buscando. Sí, no me mires así, vos sabes que lo dijo más de una vez. Bueno, me puse colorada, tuve palpitaciones, escalofríos y pensaba: ¡Dios mío! ¿Y ahora qué hago? ¡No puedo! ¡No me animo! ¿Cómo zafo? Y le dije: “Ay no, gracias. Mirá, hoy estoy muy cansada.”. ¿Qué original, no?

— ¿Y?

— Metió primera, arrancó sin decir palabra y me llevó a casa. Me abrió la puerta, me bajé, y me dejó. En la vereda, ahí parada. Me sentí un trapo, una boluda. Me decía a mi misma: “Entonces, es verdad que es siempre así, una cena por una encamada”

— La verdad es que no entiendo por qué te crecieron alas.

— Pará que la historia sigue. Pasó una semana. Me llamó al trabajo y me hice negar. Llamó dos o tres veces más hasta que un día me mandó flores con una notita que decía: “¡¡Perdón!! Te pido que me des otra oportunidad. La verdad es que tu belleza me trastornó y no podía esperar. Lamento haber ofendido tu sensibilidad. Tu admirador, Alberto”.

Maggie no pudo evitar un ji, ji, ji.

— ¡Dios mío! ¡Qué cursi!

— ¡De terror! Además, puro verso, pero la verdad es que me dije: “¿Porqué no? Ya es hora de que salga de la cueva. Si no pruebo, nunca me voy a desenganchar del pasado”. Lo llamé. Salimos a comer, después a bailar. Y después a su departamento.

— ¿Y qué pasó con tu sensibilidad?

— Justamente eso te quería contar. Maggie, después de tantos años me vengo a dar cuenta de que me tenían engrupida.

— ¿Por qué engrupida?

— Porque siempre fui yo la frígida, la que no tenía ganas. La inexperta, la prejuiciosa. Y resultó que él, mi marido, no sabía nada. ¿Viste lo que pasa en las novelas “románticas”, en la cama?

— No sé. No las leo.

— ¡Vamos! No me mientas. Si las vi en tu casa. No me digas ahora que las lee sólo tu mucama. Maggie se puso colorada recordando las veces que se fue a dormir soñando que ella era el personaje de uno de esos libros: la joven cautiva, la esposa por encargo, la novia del pirata. Murmuró: " Leí algunas".

— Bueno. Eso que pasa ahí, resultó ser que también pasa aquí y ahora. En la vida real. ¡Y yo me lo perdía! ¡Y encima me sentía una tarada!

—¿Te enamoraste?

— ¡Noo! ¡Para nada! Alberto es macanudo, nos vemos de vez en cuando. Imaginate, soltero. Es un poco maniático. Tiene cada cosa en su lugar. En el cajón de los cubiertos, como tu madre, las cucharitas de té para allá, las de café para acá. Una vez me llevó al barco, tiene un velero, y me persiguió con los detalles. Apoyás un vaso y ¡zas!, aparece con el trapito. Ni él ni yo tenemos ganas de algo serio, de verdad te lo digo. Pero cuando nos vemos nos divertimos y lo pasamos bien. ¡Nunca me hubiera imaginado que hubiera podido sentirme feliz sin estar enamorada! No es que no quiera, entendeme, pero de golpe siento que no es necesario tener un marido para valer algo.

Hacía rato ya que habían llegado a las canchas de paddle. Maggie apagó el motor y miró a Teté de reojo. Estaba aturdida pero le daba vergüenza demostrarlo. Últimamente no le gustaba mucho el estilo de su amiga , con ese afán de aparentar ser más joven y parecerse cada vez más a su hija. Por otro lado, sabía que la había pasado muy mal y que había llorado mucho, no sólo por rencor hacia el marido y su amante, sino también culpándose a sí misma por no haber sabido ser más mujer para él. Y ahora venía con esta historia. ¿Será verdad? Creía que sí. A Teté se la veía cambiada y eso sí, nunca había sido mentirosa... Se volvió a acordar del salvavidas de Lorenzo, de su respiración agitada y tomó conciencia de que, toda su vida, esas sesiones, más que molestarla, la habían aburrido. De golpe se le instaló una inquietud en el alma. Caminó hacia el profesor, que las estaba esperando. Miraba fijamente la espalda de Teté y se dio cuenta de que estaba sintiendo envidia. En serio, parecía que volaba.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Coco. Soy analatana, la autora de este cuento. Me sorprendió encontrarlo acá. Me gustaría saber si publicaron las conclusiones y cuáles son esas curiosas coincidencias. Te cuento que esta historia continúa en otros cuentos que están relacionados entre sí. Parte de la historia de Teté y lo que terminó por romper su pareja se percibe desde el punto de vista de otro personaje: Mónica. Está en mi blog La Cuentera, de Clarín. La continuación sobre Maggie y su familia todavía no la publiqué. Se fue convirtiendo en una novela corta.

Saludos,