10/28/2008

citas

La conversación de las primeras citas se parece a
los avisos inmobiliarios: hay que destacar los mejores atributos de
forma amena, divertida e interesante pero sin exagerar. Pero a
diferencia de los clasificados, en las citas las cualidades no pueden
ser mencionadas directamente, sino que deben ser ilustradas con
ejemplos que las aludan. Yo no toleraría que un hombre me diga que es
brillante, por ejemplo, pero estaría encantada de intuirlo por sus
anécdotas.

Este ejercicio premeditado que a primera vista parece
fácil, para mucha gente es un infierno en la tierra. Muchos creen que
la espontaneidad y verborragia son suelo fértil para el amor. Piensan
que invocar sus joggings desteñidos y estirados, relatar sus
operaciones de intestino y describir, con lujo de detalles, la
depresión que vivieron junto con su primer divorcio es un síntoma
inequívoco de frescura.

Yo, sin ir más lejos, era uno de ellos.
Me negaba rotundamente a ofrecer una versión mentirosa de mi
trastornada psicología. Después de todo, yo no estaba vendiendo un
departamento de dos ambientes ni un cachorro de medio pelo, así que no
había nada que disimular. Y para sustentarlo me tomaba dos litros de
cerveza, contaba que me escapaba del trabajo para mirar Chespirito,
susuraba que quería matar a palazos a la vieja de enfrente y admitía
con valor que siempre me enganchaba en relaciones difíciles y pegajosas
que terminaban con ropa volando por la ventana.

Que la relación
no prosperara no podía importarme menos; si al otro le preocupaba que
yo hubiera dejado de ir a francés para ver la telenovela de la tarde,
no estábamos destinados el uno para el otro. Para mí, el amor verdadero
no necesitaba ayuda, ni medios tonos, ni especulación. Si el candidato
en cuestión no adoraba cada una de mis miserias, esa relación no tenía
futuro.

Lejos de lo que la gente normal cree, somos muchos los
que arruinamos la primera cita sin saber lo que estamos haciendo.
Incluso cuando tratamos de hacer buena letra dejamos pasar pequeños
detalles, cifras y gestos que ponen en evidencia nuestra peor versión.
Taras y problemas que en el fondo tiene todo el mundo, pero que
expuestas así nomás, de sopetón y en el primer encuentro, llevan a
creer que si ese es el comienzo, lo que viene será peor. Y no siempre
es cierto. Las citas muchas veces fallan por una propina amarreta, un
tonito raro al hablar de una ex pareja o un chiste de mal gusto en una
conversación tierna.

Por todo esto, nosotros, lo retrasados
emocionales necesitamos la inmediata aparición de una nueva figura
comercial que pendule entre las celestinas y los encargados de
relaciones públicas. Una persona que haga lo mismo que el curador de un
museo, el editor de un noticiero, o el estilista de una revista
femenina. Un profesional que ayude a elegir qué cosas sí y qué cosas
no, que cosas mucho y qué cosas poco. Alguien que organice la
distribución de sinceridad en la primera etapa de una relación
potencial. Alguien como el curador de citas.

El curador de citas
sería un entrenador y asesor de la vida social y amorosa de una mujer.
Juntos pulirían y reorganizarían el pasado de la clienta, y -teniendo
en cuenta el impacto romántico de cada confesión- el curador iría
desmalezando su complicado historial de soltera.
Manejarían
tres niveles de sinceridad: temas y anécdotas para incluir en las
primeras citas, opiniones, recuerdos y asuntos para postergar o contar
en el futuro, y cosas para enterrar hasta nuevo aviso.

Recomendaría,
por ejemplo, contar que terminamos la carrera a los veintidós años,
siempre y cuando omitamos que lo hicimos a base de reclusión,
anfetaminas y un lustro de castidad victoriana. Lo mismo con la última
separación. Siempre diremos lo mismo: que fue de común acuerdo, que
éramos como hermanos, que todavía somos amigos. Y algo parecido similar
con los despidos: que era una etapa cerrada y renunciamos en busca de
nuevos desafíos. Jamás mencionaremos cartas documento, infidelidades,
detectives privados, platos rotos ni juicios por acoso sexual.

Pero vayamos a un caso concreto que refleje cabalmente el duro trabajo del curador.

María
Jorgelina se presenta como una mujer de tiene treinta y dos años, que
vive sola en un departamento de un ambiente en Villa Crespo, a una
cuadra de la Avenida Córdoba. Es contadora y su trabajo monocorde la
deprime hasta la demencia. No ve la hora de renunciar y ponerle un
fichero en la cabeza a su jefe. Tuvo dos relaciones estables pero muy
conflictivas que duraron algunos meses y terminaron muy mal. Su último
novio todavía la llama y corta todas las noches. Nunca convivió con sus
parejas porque no cree ser capaz de ceder su territorio ni siquiera por
amor. Prefiere vivir en la calle antes de compartir el ropero. Tiene un
gato, Mr. Darcy, con quien duerme en la cama y bromea con que es su
novio. No ve a su madre desde que era chica, su mejor amiga le dejó de
hablar desde que le quiso robar el novio, y hace cuatro años que va
periódicamente al psiquiatra para que le revise la medicación.

Pero
luego del curador de citas, María Jorgelina ya no será María Jorgelina.
Sino una versión mejorada de ella misma. Se presentará como Majo y
tendrá la misma edad, pero vivirá en un loft en Palermo Queens. Será
contadora, tendrá la dicha de vivir de lo que estudió, pero ya no
querrá huir, sino buscar nuevos desafíos, trabajar con distintas
personas, crecer en otras áreas. Habrá tenido dos relaciones estables
más que problemáticas, apasionadas, con las que no convivió porque
sintió que la mayoría de las parejas fracasaban por apurarse y por
resignar sus espacios. Su último novio todavía la llamará para ver como
le está yendo. Tendrá un gato llamado Darcy, para quien estará buscando
una novia, para que deje de meterse en su cama. Con su madre hablará
poco, su mejor amiga se habrá alejado de ella desde que se puso de
novia y desde hace cuatro años estará haciendo terapia.

Además,
el curador prestaría servicios de asesoramiento sobre vestuario,
redacción de perfiles para portales de citas, clases de levante por
chat, conversación playera, mediación de conflictos, desarrollo de
paciencia y tolerancia en la convivencia y otras yerbas. Nos
recomendaría un nuevo corte de pelo que favorezca la forma de nuestra
cara, una paleta de colores para los ojos y tres o cuatro temas de
conversación en los que nos manejemos con gracia y sabiduría. Y, si los
honorarios se lo permiten, además, debería ofrecer un servicio
post-cita que serviría para hacer el post mortem de las citas fallidas.
Juntos, analizarían los puntos fuertes y errores de la salida
capitalizándolos como aprendizaje para nuevas experiencias.

O
cuántas veces dudamos entre contar algo y no contarlo. Entre ir vestida
provocativamente o de manera casual. Entre pelo suelto y un rodete.
Entre ir al cine, a cenar o a jugar al pool. Entre que nos pasen a
buscar, encontrarnos en el medio o pasar nosotras por su trabajo. Entre
llegar tarde, llegar en punto o temprano. Entre decir que sí o que no.
Entre volver a llamar, dejar pasar un tiempo o esperar que llame él.
Entre tarde o noche, viernes o sábado, antes o después de comer. Entre
hablar de un ex novio u ocultarlo bajo tierra. Entre preguntarle qué
quería decir el tatuaje, el anillo, la fotito de la billetera o dejar
que él nos cuente. Entre el labial colorado o la cara lavada. Entre
elegir el lugar para cenar y dejarle las elecciones a él. Entre dejar
de intentar y seguir probando.

Cuántas veces dudamos y no
supimos qué hacer con ese infierno privado de la soltería que son las
citas. Cuántas veces volvimos a contar la misma infancia, las mismas
anécdotas aburridas, el mismo abanico de hobbies a un hombre distinto y
sin futuro. Cuántas veces nos planchamos el pelo para un desconocido
que al final terminó maltratando a la moza, poniendo música horrible en
el auto o hablando de sí mismo toda la noche. Cuántas veces salimos de
casa ilusionadas y volvimos hechas un trapo de piso. Y cuántas veces no
supimos por qué no volvió a llamar, si todo había salido bien, si nos
reímos hasta la madrugada, si nos pidió hasta el número de celular.

Cuántas
veces quisimos tener un curador de citas que nos diga, como en los
avisos clasificados, que ese departamento era oscuro, nos quedaba
chico, o a la larga iba a tener goteras. Cuántas.

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