3/30/2010

Sexo en el tercer milenio Por Rolando Hanglin Especial para lanacion.com

Sexo en el tercer milenio - lanacion.com
Una encuesta reciente indica que más de la mitad de las mujeres es partidaria de tener sexo en la primera cita con un hombre. Sospeché que los encuestadores habían influido en las encuestadas, cosa que suele suceder, sin llegar necesariamente a la manipulación de las cifras. ¡No faltaría mas, tratándose de eminentes sociólogos, politólogos y hasta filósofos, con todas las letras!
Consulté el asunto con mi amiga Helena, que sin ser filósofa conoce mucho de la vida. Su respuesta fue rotunda:
- ¡Por supuesto! Cuando una se cita con un hombre, es porque ese hombre le gusta físicamente, le interesa económicamente y tiene todo para ser un buen proyecto. Todo eso ya está determinado. Entonces, en la primera salida hay que ir rápido a la cama para despejar la incógnita del sexo: ¿Para qué perder tiempo si el tipo resulta un bodrio? Entonces, si el varón pasa el examen de las sábanas, está todo dado para seguir trabajando tranquilamente en una relación.
Incluso me contó que, en su última cita, había mantenido el siguiente diálogo con un señor llamado Roberto.
Helena: Bueno, Roberto, ya hemos conversado más de una hora en este café. ¿Qué te parece si vamos a un lugar más cómodo?
Roberto: Yo estoy perfectamente cómodo, Helena.
Helena: Quiero decir, un lugar más íntimo.
Roberto: Aquí podemos hablar con toda tranquilidad. No hay nadie en las otras mesas. No nos escuchan.
Helena: Comprendeme, Roberto, soy un ser humano. Te veo y siento el impulso de besarte, de abrazarte...
Roberto: Ya nos besamos al saludarnos.
Helena: Sí, pero apenas. Yo digo un lugar donde podamos actuar libremente, Roberto. Sacarnos los zapatos y... no sé, estar juntos...
Roberto: ¿Libremente juntos? ¿Qué me estás proponiendo, Helena?
Helena: Nada malo, Roberto, no te espantes. De pronto podemos pedir un whisky, o un gin-cola, o darnos una ducha si tenemos ganas...y hablar de nuestras cosas...
Roberto: ¿Hablar de nuestras cosas? Decime, Helena, tratá de ser clara y decírmelo con todas las letras. ¿Vos me estás proponiendo que vaya con vos a un... hotel alojamiento... un...albergue transitorio... uno de esos lugares?
Helena: Sí, Roberto.
Roberto: Estás muy confundida, Helena. Te equivocaste conmigo...¿Por quién me tomaste?
Helena: ¡Pero Roberto, no te pongas así! Podemos estar en una habitación a solas, y allí puedo besarte sin que nadie nos espíe... y charlar, como estamos charlando ahora.
Roberto: ¿Y yo cómo sé que te vas a limitar a charlar? ¿Qué garantía tengo de que, charlando, charlando, no vas a intentar otra cosa?
Helena: Unos besos, nada más.
Roberto: ¿Unos besos? ¿Y después qué?
Helena: Y después más besos.
Roberto: Mirame a los ojos, Helena, y hablame con seriedad. ¿Me prometés que no vas a intentar nada?
Helena: ¿Nada de qué?
Roberto: Nada más que besos y charla.
Helena: ¡Por supuesto!
Roberto: ¿Por supuesto qué?
Helena: Te prometo que solamente vamos a charlar y que tal vez nos demos unos besos, si vos querés. Solamente vamos a hacer lo que vos quieras hacer...
Roberto: Ay, Helena, Helena. No te puedo creer. Vos me estás engañando. Al fin y al cabo, tenía razón mi papá.
Helena: ¿Qué te dijo tu papá?
Roberto: Que las mujeres son todas iguales. Solamente nos ven como un pedazo de carne. Un rato de placer. Nos usan para divertirse y después desaparecen. Pájaro que comió, voló.
Helena: No te guíes por los prejuicios de tu papá, Roberto. Tenés que ser más libre.
Roberto: ¿Libre? ¿Cómo un cualquiera? ¿Vos pensás que yo soy un cualquiera?
Helena: No, tontito, si te estoy proponiendo esto es porque te quiero. ¡Vamos! Vas a ver, te va a gustar.
Roberto: Hmmm. Bueno. Pero un ratito nada más. Media hora.
Helena: ¿Media hora? Es muy poquito.
Roberto: Bueno, una hora. Pero no abuses.
Helena: Mejor dos horas. ¿No te parece?
Roberto: Bueno, vamos...pero después me llevás a casa en el auto. ¿Eh? Espero que no seas una de esas avivadas que llevan a un chico al hotel y a la salida lo dejan en la parada del colectivo, y para colmo después ni se acuerdan de llamarlo por teléfono...
Helena: Vamos, vamos, que se hace tarde...
Tomados de la mano, los dos enamorados caminaron unos cincuenta metros, hasta la puerta del hotel. Roberto vaciló un poco, mirando a su alrededor. Pensaba: ¿Y si alguien me ve? ¡Qué vergüenza! Luego cerró los ojos, se aferró a la mano de su amada y atravesó el umbral. Estaba dando un paso trascendental; en el futuro podría arrepentirse con amargura. Pero tal vez no: tal vez lo aguardaba un horizonte de dicha y de ilusión. El amor, una casa preciosa, una familia con muchos hijitos. Roberto respiró hondo y, tapándose un poco la cara, se ubicó detrás de Helena, que avanzaba con paso firme hacia el conserje.

No hay comentarios.: