5/08/2004

bateson

Este es el Capítulo 6 de Meta-Cultura
El eclipse de los medios masivos en la era de internet extractado de mi último libro editado por La Crujía en Buenos Aires, octubre 2002
El conocimiento está todo como entrelazado, o entretejido, como en un género, y cada fracción de conocimiento sólo tiene sentido o utilidad en razón de las otras fracciones y...(Bateson: "Papá, ¿cuánto sabes?")
1. Un hombre con cualidades
Frente a la arrolladora maquinaria de la industria cultural, capaz de producir millones de “papers” anuales, la desaparición física de una galería de notables en el breve lapso de 12 meses fue apenas un acontecimiento menor. Pero si la frágil etiqueta de “notable” se vió acompañada, en esa oportunidad, por un reconocimiento de la estatura teórica y de la fecundidad intelectual y/o política de los talentos desaparecidos a lo largo del año 1980 —Jean Paul Sartre, Jean Piaget, Herbert Marcuse, Erich Fromm, Roland Barthes, Gregory Bateson— el silencio y el habitual encogimiento de hombros de los miembros del establishment y de los (des)-hacedores de política cultural fue a la vez más entendible y menos justificable .
Evitar el elogio engolado de los obituarios no resulta fácil, en la medida en que nos enfrentamos a monumentos para-culturales de este tamaño. Es por ello que cuando se quiere repensar lo que en la obra de estos impostores ( o pensadores bajos) hay de iconoclasta, revulsivo, destumecedor, lo primero a hacer es corto-cicuito con el operador cultural autor .
Esta propuesta de lectura transversal no desconoce la importancia de los elementos biográficos, idiosincráticos y de época en la caracterización de cualquier pensamiento. Tampoco cabe despreciar el interés proveniente de una exposición sistemática de los elementos centrales del pensamiento batesoniano a lo largo de las distintas etapas de su evolución: zoológica, antropológica, cibernética, etológica, ecológica de la mente y teológico-cibernética.
Tales caminos ya han sido transitados con distinta fortuna por algunos biógrafos y críticos culturales (ver nota 5). En este capítulo recorreremos un camino algo distinto. Intentaremos poner de manifiesto algunos de los aspectos aglutinantes, y a la vez catalizadores, de la trayectoria de Bateson. Un breve inventario de sus amistades y colegas: D’Arcy Thompson, Bronislaw Malinowski, A. Radcliffe-Brown, Margaret Mead, Ruth Benedict, Conrad Waddington, Eric Erikson, Alfred Kroeber, Paul Weakland, Norbert Wiener, Warren Mc Culloch, Claude Shannon, John von Neumann, Jürgen Ruesch, Jay Halley, Raymond Firth, Edward Leach, Karl Lorenz, Barry Commoner, Ronald Laing, Francisco Varela y Alan Watts, entre otros, revela hasta qué punto Bateson fue un pensador/síntesis, un filósofo de nuevo cuño, igualmente cómodo en múltiples mundos y culturas. A caballo de dos cosmovisiones —la mecanicista de la que siempre abjuró y la organicista que él ayudó a fundar— su vida estuvo atravesada por tensiones y desafíos sin par.
Nació en 1904 en el seno de la aristocracia intelectual inglesa. Perteneció a una tradición familiar de naturalistas heteredoxos. Se le dió su nombre de pila en homenaje a Gregory Mendel. Su padre, William Bateson, pionero de la genética, se contó entre los primeros en promover una concepción discontinuista de la teoría de la evolución cuando el proceso hereditario era aún prácticamente desconocido.
La principal debilidad del esquema darwiniano radicaba en su dudosa aplicación al terreno del comportamiento. A largo plazo, la filosofía natural darwiniana convencería a los científicos sólo si podía generalizarse para abarcar tanto lo mental como lo físico, los aspectos psicológicos como los fisiológicos de la naturaleza humana y animal, mostrando cómo la inteligencia, la comunicación y la expresión simbólica, al menos en igual medida que los instintos, los reflejos y las tendencias, deberían entenderse como productos evolutivos capaces de explicar todas las funciones mentales en sus formas operativas normales y patológicas.
Para cumplir con el mandato de extender el paradigma evolucionista a las ciencias del comportamiento, Bateson atravesó los confines de su propia formación disciplinaria, combinando conocimientos biológicos con una lectura renovada de los fenómenos humanos desde una óptica comunicacional.
Con gran sagacidad vislumbró la importancia de las abducciones en los procesos creativos, promoviendo su proliferación a todos los ámbitos en los que actuó . A diferencia de los empiristas contumaces, que anidan en las ciencias sociales y que comienzan haciendo observaciones para después elaborar teorías, o de los teoreticistas que cuando lo real no coincide con lo racional abjuran de lo real, Bateson “fingió” reiteradamente “hipótesis” para desde ahí descender a las observaciones .
Formó parte del círculo de iniciados que asistieron a las conferencias interdisciplinarias organizadas por la Fundación Josiah Macy (Heims, 1991). En el curso de esas históricas reuniones, celebradas entre 1946 y 1953, se creó un nuevo marco de referencia con un enfoque integrador de las ciencias de la vida, al cual Bateson dedicó medio siglo de contribuciones.
Una de las tesis centrales del pensamiento tardío de Bateson fue que los límites de nuestro cuerpo no son los límites de nuestra mente. Según esta versión junguiana de la “descorporeización de lo mental”, la suma de coincidencias y discrepancias que, traducidas en textos, dan cuenta de la interacción de las ideas y de las condiciones necesarias para la estabilidad y supervivencia de la mente o, en otras palabras, de la especie humana, de Gaia —la madre tierra— y del universo en su conjunto, es mucho más importante que el autor en “carne y hueso” que hoy es y mañana no.
El reconocimiento del significado del corpus batesoniano —que no debe cegarnos frente a sus deslices, inconsecuencias e ingenuidades— nos permite una total libertad de asociación y disociación de sus ideas. Bateson es el pre-texto que pone de manifiesto un momento fascinante en la historia de las teorías de la mente. Bateson se muere físicamente precisamente en el momento en que gracias a la amenaza nuclear tomamos conciencia de nuestra finitud como especie, de los fascinantes viajes interiores y exteriores que nos proponen las nuevas técnicas e invenciones, de los intolerables despropósitos y opresiones que todavía envuelven al mundo en disputas inhumanas y sangrientas, y que tuvieron en él a un observador lúcido y comprometido.


2. El largo y sinuoso camino de la síntesis

Uno de los vocablos más corruptos en el intercambio de falsa moneda que ha caracterizado el metier de los científicos sociales, durante las últimas décadas, ha sido el filosofema “epistemológico”. Entendido como teoría de la ciencia o, con más precisión, como teoría de la interacción entre observadores y observables, su uso es tan frecuente como estéril.
El mismo remite generalmente a la búsqueda de una garantía para una metodología que es incapaz de sustentarse por sí misma; o bien a la construcción de exquisiteces conceptuales que vendrían a yuxtaponer el comentario purificador originado en un discurso de tipo lógico superior a un dato empírico .
No es casual, por lo tanto, que Bateson haya luchado insistentemente en devolver al término su carácter polisémico y heurísticamente renovador . En marzo de 1977, hablando frente a una numerosa audiencia congregada en torno de la problemática “Más allá del doble vínculo”, lamentaría la interpretación excesivamente literal que se hacía de sus teorías, insistiendo en que la matriz de toda teoría es una epistemología recursiva y al mismo tiempo:

“(..) una epistemología de la recursividad, una epistemología acerca de cómo se nos manifiestan las cosas, de cómo debemos entenderlas si son recursivas, siempre dispuestas como están a morderse su propia cola y a controlar su propio comienzo” (Bateson: 1976).


¿Qué fascinó a Bateson tanto como para llevarlo, bajo distintos disfraces, a situarse en el punto de fuga donde la materia se “informa” y el observador se “unifica” con el objeto? Quienes, acostumbrados a las letanías y previsibilidades del discurso etnográfico tradicional, se interesen por Naven: un examen de problemas sugerido por una visión integral de la cultura de una tribu de Nueva Guinea tomada desde tres puntos de vista [1936] apreciarán que sus preocupaciones no estuvieron exentas del acoso del “fantasma” epistemológico. El ideario batesoniano buscaba una síntesis de las falsas dicotomías que hoy continúan asolando al pensamiento occidental.
Luego de abandonar su prematura dedicación a la zoología y a la historia natural, inducida por la presión paterna, refinó en forma feliz las construcciones antropológicas de los funcionalistas, superándolas ampliamente. Durante la mayor parte del siglo XX —comenzando con las propuestas de Emile Durkheim hasta llegar a Talcott Parsons, y aún mas acá— las concepciones centrales de la ciencia social y del comportamiento estuvieron modeladas sobre la base de la fisiología, siendo las nociones de sistema, estructura y función, sus soportes clave. Para Bateson había llegado el momento de reemplazar tales organizadores conceptuales por otros, como variabilidad, presión selectiva, adaptación, que constituyen el corazón de la teoría evolutiva.
Los conceptos centrales de su enfoque evolucionista enfatizaron la interacción del orden con el conflicto, del sentimiento con el pensamiento, de la cultura con la sociedad. Fue un pionero en el uso del cine como herramienta de conocimiento antropológico, y dedicó numerosos esfuerzos a desarrollar una teoría anti-reduccionista del aprendizaje.
Inspirado en el concepto de retroalimentación, originado en las investigaciones de Norbert Wiener, buscó aprehender los estados oscilatorios de estabilidad y cambio propios de los sistemas complejos. Fue el iniciador de nuevas concepciones acerca del comportamiento lúdico en los animales y del humor en los humanos. Desarrolló uno de los más ambiciosos modelos experimentales de la esquizofrenia, introduciendo la teoría de la comunicación en las investigaciones psiquiátricas y en la terapia familiar.
Obsesionado por el status teórico de los mensajes, contribuyó eficazmente al estudio del comportamiento social de los delfines. Desencantado de la investigación experimental dedicó la última década de su vida a crear modelos teóricos del arte primitivo, el alcoholismo, el trance y la evolución. Culminó este retraimiento y ensimismamiento conceptual con una elaboración sistemática de una ecología de la mente que debería servir de propedeútica a la ciencia de lo inmaterial.


3. El hombre que no gustaba de los detalles

¿Cuál es la mejor forma de usar una cámara como herramienta etnográfica? Para Margaret Mead la cuestión no admitía discusiones. Remitiéndose a la antropóloga M.Thompson, para la en ese entonces esposa de Bateson, tal uso requeriría pre-anunciar, en la década de 1930, el estilo bergmaniano: cámara fija, planos medios y largos, secuencias ininterrumpidas.
Bateson, en cambio, gustaba desplazarse entre los nativos, era partidario de hacer cortes y de utilizar el montaje a la Einsenstein. Lo que estaba en juego en estas diferencias de aproximación al objeto de análisis, era algo más que una elección entre distintos estilos cinematográficos. Lo que el matrimonio Bateson/Mead estaba discutiendo era el modo más apropiado de enfocar la relacion entre teoría y práctica.
Bateson nunca fue amigo de los detalles ni del trabajo puntilloso y/o minúsculo. Desde los comienzos de su carrera estuvo atraído por los esquemas conceptuales y las intuiciones capaces de perforar las divisiones tradicionales del saber. A punto de iniciar la conversión que lo llevaría de la biología a la antropología, se pronunció en contra de una ciencia impersonal, suscribiendo al ideal holístico y a las analogías orgánicas tan comunes en la antropología incipiente de los años 30.
Sin embargo —a diferencia de lo que ocurría y habría de ocurrir con sus colegas— el uso batesoniano de las analogías no era meramente heurístico o metafórico; se basaba, en cambio, en una intuición profunda acerca de la unidad del pensamiento científico. Vislumbrando los atractivos y los peligros de la problemática de la interdisciplinariedad, a principios de 1940 afirmaba:

“(..) debemos buscar el mismo tipo de procesos en todos los campos de la naturaleza, debemos suponer que la misma clase de leyes está a la obra en la estructura del cristal y en la estructura de la sociedad, la segmentación de un gusano terrestre debe ser realmente comparable al proceso por medio del cual se forman los pilares basales" (Bateson: 1976).

La génesis de cada uno de los conceptos aglutinantes de Bateson tales como eidos/ethos, esquizogénesis, deutero-aprendizaje, doble vínculo, paradojas de la comunicación, tuvo un proceso similar.

i) Siempre se trataba de intentos de formalización de la pauta que conecta. En tanto los clínicos o los experimentalistas se esforzaban por buscar ejemplos de narraciones generales, Bateson sólo buscaba ejemplos de relaciones formales útiles como ilustración de una teoría.

ii) La teoría siempre precedía la sistematización de los casos.

En el período anterior a la formulación de la teoría del doble vínculo, Jay Haley y John Weakland le preguntaron a Bateson como sabía que un esquizofrénico se comportaba de un determinado modo porque se lo castigaba por ser castigado. Después de ocho horas de acalorada discusión, llegaron a la conclusión de que Bateson no poseía dato experimental alguno que sirviera para validar sus conclusiones. La suya no era sino una hipótesis originada en la constatación del modo en que la gente se comunica entre sí.
Muchos años más tarde, esta teoría general de la forma se convirtió en una teoría general de la evolución de los agregados de ideas llamados “mentes”. ¿Existe detrás de la múltiple variedad de objetos una telaraña, un entramado, que pone en contacto todo lo existente? ¿Es la categorización de los objetos algo más que una convención antropo-biológica? ¿Cuál es el esquema que conecta al cangrejo con la langosta, a la orquídea con la rosa, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí con ustedes? ¿Y a nosotros con la ameba en un extremo y con el esquizofrénico en el otro?
Al abrir retrospectivamente el abanico de esa vida tan polifacética, no resulta tan difícil encontrar algunos de los esquemas que conectan las múltiples diversidades temáticas y las fijaciones conceptuales de Gregorio Metamorfosis Bateson .
Esta misma fragmentación, que por un lado le dio tantas satisfacciones permitiéndole realizar aportes en ámbitos tan variados del saber, también se tradujo en numerosas inestabilidades y encontronazos institucionales y académicos. Viajero a pesar de sí mismo, su obra carece de un eje distinguible —al menos según los criterios válidos del establishment académico que convierte a la política cultural en una inversión rentable a corto plazo, y a los alineamientos inequívocos en un signo de madurez y responsabilidad intelectuales.
Es por ello que no existe una ley o teoría de Bateson como sí existen leyes de Fechner, de Joule o de Newton. Lo que aglutinaba sus preocupaciones —y convocaba adherentes perplejos— no era tanto una teoría abarcadora acerca de los fenómenos de la evolución mental, sino más bien su aproximación sistémica a la variedad de problemas que osó tratar. Toda pregunta sobre lo viviente era para él inseparable del significado de quiénes somos y qué hacemos. Bateson, junto a otros herejes mayores, se encuentra en la vereda de enfrente de la eponimia , en compañía de tantos otros anónimos, rebeldes o renegados intelectuales.
No cabe duda de que sus creaciones están a considerable distancia de las que debemos a sus héroes intelectuales: Gregory Mendel y William Blake. Sin embargo, tampoco le cupo la distinción de pertenecer a la pléyade de figuras menores constituída por un Herman Rorschach, un Kurt Lewin, un Franz Boas, un Bronislaw Malinowski, un Theodor Adorno o un Nobert Wiener .
No fue ajeno a ese ostracismo institucional, la idolatría que profesaba la comunidad científica oficial por el empirismo y las buenas costumbres disciplinarias. Ni las fundaciones, ni sus colegas, ni incluso los propios estudiantes, le perdonaron su condición de paria transdisciplinario y epistemólogo evolucionista. Fue un profeta de la post-modernidad pero, para bien o para mal, no llegó a ser un pensador post-moderno (cf. nota 16).
Las debilidades que encontró en la psicología behaviorista tradicional y en la teoría de aprendizaje, en las interpretaciones vacías de la evolución biológica, la lingüística formal o los enfoques mecanicistas de la psiquiatría tenían su origen, para Bateson, en los callejones sin salida del cartesianismo como programa para la ciencia del futuro (la actual). Esta intuición explica por qué veía como primer paso para la necesaria reorientación filosófica de las ciencias humanas la construcción de una nueva epistemología evolucionista.
Requirió mucho coraje intelectual invertir millones de dólares en un sexagenario que no tenía empacho en reconocer que sus primeros trabajos etnográficos en realidad no habían sido tales. Esas experiencias —afirmará Bateson retrospectivamente en el Epílogo a la segunda edición de Naven de 1958— fueron un intento de utilizar los procesos explicativos como ejemplos para estudiar los principios de la explicación. Sin embargo, no hay que pasar por alto, la contumacia de Bateson para ubicarse en ese páramo institucional.
Habida cuenta de las múltiples torsiones y bifurcaciones en su vida intelectual, señalar a 1970 como el punto de no retorno de su carrera requiere alguna justificación. La ocasión la proveyó Alfred Korzybski cuando lo invitó a pronunciar una conferencia, devenida célebre, en enero de 1970.
En esa oportunidad, Bateson incluyó todo lo que pensaba, creía, sabía, veía y vislumbraba. Sólo en ese momento sintió que el proyecto de toda su vida, sentar las bases para una ciencia de la mente, estaba finalmente tomando forma:

“(..) encontré que mi trabajo con pueblos primitivos, la esquizofrenia, la simetría biológica y mi descontento con las teorías convencionales de la evolución y el aprendizaje, habían identificado una variada serie de puntos de referencia a partir de los cuales podía definirse un nuevo territorio científico "(Bateson: 1976).

De allí en más, la recopilación de los detalles pasaría a un segundo plano, en tanto la síntesis que siempre había entrevisto tomaría progresivamente forma. Centenares de alumnos —especialmente en el Kresge College de la Universidad de California en Santa Cruz— experimentarían a través de su propia confusión o deslumbramiento ilimitado las consecuencias de esta búsqueda.
¿Qué se puede concluir a partir del poema de Blake, Canciones de inocencia y experiencia, dado que Dios creó tanto al tigre como a la oveja?— preguntaba en su inusual curso “Sistemas Vivientes” en la Universidad de Hawaii. Con el paso de tiempo, este tipo de preguntas se volvieron cada vez más frecuentes y sus respuestas cada vez más creativas, inciertas y tentativas.
Así, el programa de Santa Cruz se convirtió en el estudio de las premisas epistemológicas de la percepción y del comportamiento tal como se las puede encontrar en las culturas humanas, en la morfología vegetal y en el comportamiento animal. Los textos analizados incluían material perteneciente a la antropología cultural y de la personalidad, al misticismo, la poesía, la filosofía de las matemáticas y a autobiografías de la locura.
Tamaña ensalada conceptual no debe hacernos pasar por alto que los principales elementos del programa post-cartesiano anunciado por Bateson son claramente identificables. Se trataba de: i) hacer descripciones múltiples de todos los procesos; ii) promover una concepción circular de las interconexiones causales; iii) buscar una revalorización del rol de los procesos estocásticos, uno de cuyos ejemplos es la selección natural en la generación de nuevos modos de adaptación.


4. El retorno de lo mental

Entre 1942 y 1953 tuvieron lugar en USA las diez revolucionarias “Conferencias Macy” (Heims, 1991). A las mismas asistieron numerosas amistades y colegas de Bateson, entre los que se encontraban Rafael Lorente de No, Walter Pitts, Lawrence Kubie, Kurt Lewin, Claude Shannon, Francis Northrop, George Evelyn Hutchison, etc. Muchos de los invitados —incluyendo al propio Bateson— las calificarían como el acontecimiento intelectual más importante de su vida.
De las numerosas ideas generadas a la vera de esos diálogos y encuentros, un paquete de ideas gestado entre 1946/7 por el genial matemático norteamericano Norbert Wiener, influiría en él para siempre. Durante este período, Wiener conjeturó que la base física de los “desórdenes funcionales” del cerebro podría deberse a la alteración de las “instrucciones”, los “mensajes” y los “programas” en forma similar a como sucede con las computadoras digitales.
Por ello, sugería Wiener, no debería existir incompatibilidad alguna entre las técnicas psicoanalíticas y el punto de vista cibernético. Según Wiener, de incluirse conceptos informacionales en la explicación, sería posible, en principio, dar justificaciones materialistas de los desórdenes orgánicos y funcionales.
Ya a mediados de la década de 1930, Wiener había postulado una lectura materio-informacional de las mónadas leibnizianas, conceptualizadas tradicionalmente en términos de esencias ideales. Diez años más tarde habría de insistir en que tanto el ello como el yo eran pasibles de un tratamiento informacional .
Bateson adhirió entusiastamente a esta propuesta, adoptando en el interín la concepción freudiana del deseo como sobredeterminante de los esquemas perceptivos, dado que la síntesis teórica propuesta por Wiener:

"(..) marcaba la mayor conversión intelectual en el pensamiento humano desde los tiempos de Platón y Aristóteles, ya que une las ciencias sociales con las naturales resolviendo definitivamente el problema teleológico y la dicotomía mente/cuerpo que el pensamiento occidental ha heredado de la Atenas clásica" (Bateson, 1950).

La relación Wiener/Bateson merece un análisis mucho más detallado del que podemos realizar aquí . Wiener era experto en la exactitud de los teoremas de la física, la ingeniería de las comunicaciones, la lógica formal y los principios funcionales de los autómatas y los sistemas mecánicos finalistas. Por fortuna, fue capaz de traducir estos enunciados rigurosos en formulaciones verbales metafóricas, convencido de su valor heurístico para campos como los de las ciencias humanas, en los cuales su exactitud habría resultado inaplicable.
Wiener creía que estas ideas daban una visión unificada de las ciencias, aun cuando carecieran de la precisión propia de la teoría matemática de la comunicación.
A diferencia de lo que sucede con la mayoría de los investigadores que trabajan en el terreno de la ciencia normal, Wiener era consciente de las limitaciones y paradojas de la lógica formal, de la ubicuidad de lo aleatorio , de la necesaria incompletitud del conocimiento. En abierta oposición a la epistemología positivista dominante a mediados de este siglo —y muy particularmente en contra del popperianismo—, se atrevió a postular que los enunciados abstractos sumamente generales de la ciencia rara vez eran susceptibles de someterse a los tests experimentales.
Bateson, por lo tanto, compartía con Wiener la idea de que a pesar de lo difusas y ambiguas que eran estas conceptualizaciones, los principios generales trandisciplinarios eran el terreno más rico a abonar en el intento de producir novedad en el territorio científico.
Resignados a las monocordes y delirantes discusiones académicas acerca de los universales, existenciarios, fines últimos de la razón y ángeles danzantes sobre minúsculas cabezas de alfileres, es previsible que la genealogía de la epistemología batesoniana suene altamente sospechosa a los ojos de los epistemólogos e historiadores ortodoxos de la ciencia . Después de todo ¿es posible (o lo que es lo mismo: ¿resulta epistemológicamente serio?) derivar una teoría del conocimiento a partir de la pregunta batesoniana: “supongamos que un hombre está haciendo pis en el bosque creyendo que nadie lo mira. Es su acto de orinar contra el árbol un mensaje”?
La búsqueda de respuestas a interrogantes irreverentes de este tipo lo condujo, a través de un tortuoso derrotero, a identificar la tendencia de los psiquiatras a reificar abstracciones, a denunciar sus definiciones circulares de lo normal y lo patológico, a señalar sus confusiones auto-reflexivas y a condenar su energetismo salvaje producto de una lectura pre-informacional de Freud .
La conceptualización comunicacional de la interacción entre médico y paciente, o entre presa y predador, o entre el “caid” de una población de primates y su lote de segundos, harían estallar la jurisdicción disciplinaria del filosofema “epistemología”, convirtiéndolo en una herramienta de trabajo trandisciplinaria.
No pasaría una década para que este estallido se convirtiera en una implosión. Así, lo real pasaría a ser una dependencia de los lenguajes de la mente:

"(..) El universo humano no tiene el carácter objetivo que se ha convertido en la fuente de reaseguro de las ciencias naturales desde la época de Locke y Newton... Para quienquiera que trabaje en las ciencias del hombre, cada nuevo descubrimiento y cada nuevo avance se convierte en una exploración de la conciencia"(Bateson: 1958).

En Requerimientos mínimos para una teoría de la esquizofrenia publicado un año más tarde, formalizó este viraje hacia el inmaterialismo. La ciencia de la comunicación tendría por principal objeto la meta-organización del aprendizaje en los sistemas de comunicación —las relaciones entre los distintos contextos. Esta ciencia diferiría del materialismo decimonónico porque: i) en estos sistemas no se producen intercambios energéticos; ii) la producción de eventos y acontecimientos es una función del contexto.
Para Bateson, los sistemas de comunicación no contienen objeto alguno y sólo presentan intercambios y transformaciones de mensajes dentro de jerarquías contextuales. Los límites del individuo no son, pues, sus fronteras corporales sino sus redes de mensajes. Invocando una versión revisada del inmaterialismo de Berkeley, Bateson llegó a sostener que:

"(..) mi percepción de una silla es real en términos comunicacionales, y aquello sobre lo cual me siento es para mí sólo una idea, un mensaje en el que deposito mi confianza" (Bateson: 1976).

La “proyeccion política” de esta epistemología en una ética neutralista y aséptica no tardaría en tomar estado público. Ante una nutrida audiencia de izquierda congregada por el anti-psiquiatra Ronald D. Laing, sostuvo que la incesante oscilación entre una política imperialista y una política nacionalista, entre una explicación secular y una explicación sacra, no hacía sino confirmar la errónea falacia de que en última instancia la imposición unilateral del poder habría de triunfar sobre la alicaída fuerza de la razón. La humanidad era para él apenas un fragmento, en un entramado de sistemas ecológicos y sociales respecto de los cuales sólo detentaba un magro control.
En uno de sus últimos trabajos acerca de la sociología del trance, renegó de la capacidad de la ciencia tradicional para convertirse en una herramienta apropiada para dar cuenta de la “pauta que conecta”. Dada la existencia de una disociación entre naturaleza y pensamiento, ¿qué otro camino le queda abierto al investigador que la mentalización de la experiencia: “(..) la socialización que tratamos de estudiar es un proceso mental? Ergo, sólo los productos de la mente son relevantes”.
La torsión inmaterialista del pensamiento batesoniano quedó así plenamente al desnudo. ¿Existen ficciones capaces de beneficiar a las ciencias del comportamiento como la “partícula” o la “selección natural” lo hicieron con la física y la biología respectivamente? De existir tales nociones deberían provenir, sostenía Bateson, de un paradigma alternativo. En la medida en que la mente humana es inseparable del dominio de su manifestación fenoménica, la única forma capaz de dar cuenta de este monismo espiritualista es una versión inmaterialista de la génesis del conocimiento, anudada en torno de la relación entre mención y objeto y la organización conceptual de los sistemas recursivos y la naturaleza de la información.
Su última obra publicada en vida, Espíritu y naturaleza, a la vez definitiva y programática, exhibe a Bateson en todo su esplendor así como con todas sus limitaciones. Junto a secciones brillantes, y a críticas demoledoras del paradigma causal decimónonico se alinean numerosos argumentos paternalistas que testimonian reiteradamente las debilidades del profetismo al que Bateson solía suscribir .
Muchos de sus trabajos exhiben una enorme y exagerada deuda hacia la teoría causal de la percepción de Bertrand Russell heredada de Thomas Huxley y John Stuart Mill, ignorando completamente las opiniones de autores mas modernos, tales como J. T.Lettvin y James J. Gibson, que favorecen una interpretación funcional y adaptativa de los sistemas y procesos perceptuales, mucho más afín a la posiciones naturalistas y evolucionistas que formaban el corazón de la visión batesoniana . Tal eclecticismo fue, en todo caso, más un síntoma de falta de rigor intelectual que de pan-epistemologismo post-modernista.


5. La política de la experiencia

Haber trabajado para agencias militares norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial, no limó la actitud escéptica de Bateson acerca del valor instrumental de la ciencia. No obstante, dicho escepticismo estuvo permeado por ciertas ambigüedades y algunas concesiones pragmáticas, tal como aparece testimoniado en textos “circunstanciales” (por ejemplo, Moral y carácter nacional) difícilmente defendibles.
Un chauvinismo y moralismo —no muy común en nuestro héroe intelectual— atraviesa estos trabajos, en los que resaltan dos elementos estratégicos que cincelaron el pensamiento de Bateson: a) la fuerte presencia y presión que ejercieron sobre él la tradición cultural familiar y su educación inglesa, b) las orientaciones metafísicas y proféticas de su pensamiento que lo llevaron a endosar una filosofía idealista de la mente .
Suficientemente lúcido como para abrazar entusiastamente las grandes invenciones teóricas del siglo XX (psicoanálisis, teoría de la relatividad) fue muy poco receptivo, en cambio, a las transformaciones sociales y políticas que traían, tanto en el Este como el Oeste, vientos de cambio. Si en la última década de su vida se transformó en un gurú de la contra-cultura, ello se debió más a su vivacidad intelectual y a su magnetismo personal, que a una compresión global de las grandes tendencias mundiales tanto en lo político como en lo personal.
Su heterodoxia fue profundamente individualista y sus doctrinas ocupan un capítulo importante en una antología de las teorías anarquistas del conocimiento. Su deuda con el novelista Samuel Butler pone de manifiesto esas profundas afinidades electivas. Cien años antes de las conferencias Korzybski, el novelista inglés anticipó muchas de las ideas de Bateson al sostener irónicamente: “¿Quién puede decir que la máquina de vapor no tiene cierto tipo de conciencia?, ¿Quién puede trazar la línea?, ¿No está todo conectado con todo?, ¿No está lo mecánico unido a la vida animal en infinidad de formas (Erewohn)?”
Al igual que su conocido cotérraneo , osciló entre el determinismo biológico y el religioso, y se debatió entre la pasión por el conocimiento y la desesperación por evitar que ese conocimiento interfiriera en las leyes sagradas de la naturaleza.
Sus distintas incursiones intelectuales siguieron un camino que reiteró los siguientes pasos: i) exportación de similitudes conceptuales de un dominio a otro, ii) generación por bisociación de una nueva categoría explicativa, iii) duda moral sobre los alcances y el valor práctico de la nueva categoría, iv) desentendimiento frente a la práctica normal que sus asociados hacieron de la categoría pergeñada, emigrando hacia una nueva frontera del saber.
Así, mientras que William F. Fry, Jay Haley y John Weakland encontraban oscura y difícilmente asimilable la “teoría de los tipos lógicos”, Bateson daba por descontado que las paradojas de la abstracción constituían un ámbito privilegiado para el examen de la vida cotidiana.
¿Fue Bateson lo suficientemente “consistente” en su intento de generalizar al campo de lo social una epistemología productora de diferencias? Nunca le preocupó establecer correlaciones entre la necesidad psicológica de búsqueda y de dependencia de una verdad, teoría o respuesta unívoca, y la estructura represiva de las instituciones totales (escuela, familia, fábrica, prisión), como si les ocurrió a David Cooper, Ronald Laing, Herbert Marcuse o Ivan Illich.
Sin referentes sociales, su epistemología se desplazó progresivamente desde el interaccionismo y el constructivismo hacia el inmaterialismo y el solipsismo. En esta metamorfosis, ¿no perdió acaso las conexiones constitutivas entre la producción simbólica y la producción material de lo real que supone toda teoría interaccionista?
Este tipo de conexiones le parecían intrascendentes. Dos años antes de su muerte sostuvo:

"(..) no necesito pacientes esquizofrénicos o familias infelices para darle contenido empírico a mi pensamiento. Igualmente puedo usar el arte, la poesía, los delfines, las culturas de Nueva Guinea y Nueva York, o mis propios sueños, o la anatomía comparada de las plantas en flor. Después de todo, no tengo por qué limitarme al razonamiento inductivo” (Bateson: 1978).

Estudiar las correlaciones entre la estructura social y la producción simbólica le parecía que lo confinaba —acostumbrado como estaba a la interminable vulgaridad de los estudios de campo académicos — al estrecho espacio del espectro epistemológico habitado por el empirismo y el inductivismo.
Paradójicamente, empero, la última década de su vida estuvo asociada a la difusión de la conciencia ecológica, a enfatizar la importancia de la reconciliación de Oriente con Occidente, a la denuncia de la necedad y peligrosidad en la toma de decisiones políticas basadas en lecturas deslumbradas por el pragmatismo y el posibilismo.
Con todo, ciertos términos y problemas permanecieron, ausentes de su campo de reflexión: las cuestiones del poder, la dinámica de los conflictos intra e inter-societales. Y otros como la problemática de la diferencia y la diversidad cultural como alternativa a la concepción occidental del mundo, la urgencia por reconciliar el saber con el hacer, sólo tangencialmente merecieron su atención.
Cuando Bateson sostenía que “(..) la epistemología es siempre e inevitablemente personal y que aquello a demostrar está siempre en el corazón del explorador”, su individualismo remedaba las posiciones románticas de Paul Feyerabend y, como las de éste, quedaba mucho más cerca del profetismo que de un programa para la acción .
Habida cuenta de estos silencios significativos, toda valoración de la trayectoria de Bateson debe estar a la altura de la complejidad y ambigüedad de su pensamiento y acción —o de su ausencia. Despreciaba los libros de texto porque —como buen evolucionista que era— veía en ellos resultados muertos y acontextuales. En contraposición, su vida estuvo jalonada por un compromiso inquebrantable con los descubrimientos y la pasión por lo nuevo y lo distinto.
Llegó a decir de Jean Piaget —luego de su encuentro en el Coloquio de Royaumont de 1975— que era un sabio por su modo de mirar al mundo con pena pero sin rencor. ¿No habría que colocar a Gregory Bateson y a Roland Barthes en el mismo sitial que a Piaget? ¿Debemos exigirle a estos autores —al modo en que los seguimos leyendo— algo más que magistrales interpretaciones de alguna región del mundo? ¿Es justo reprenderlos por no haber contribuido explícitamente a su transformación? Endiosar —cual revival de actitudes propias de las décadas del 1960/70— a la política por encima del pensamiento ¿no revela una insistencia en una bi-partición de lo real, torpe y desviada? ¿Aprender a ver que no vemos y socializarnos en nuevos criterios de distinción, no son acaso aportes mas enriquecedores que cualquier manifiesto político programático, legados por estos héroes intelectuales?


6. Terrorismo intelectual y canibalismo simbólico

“Seamos realistas pidamos lo imposible”. En un momento en que el posibilismo, la “obediencia debida”, el realismo políticos y el pensamiento único, nos invitan a mirar hacia otro lado, la rememoración de este graffiti del mayo parisino de 1968, quizás nos ayude a despertar de nuestras acostumbradas siestas dogmáticas. Entronizar a Bateson en el pedestal de las celebridades por sus agudas contribuciones a la renovación de los paradigmas comunicacionales, o denostarlo por su apatía política y su profesión de fe idealista, son actitudes igualmente contaminadas por una lógica binaria de las oposiciones y las exclusiones .
Quienes hayan percibido las sutilezas y convergencias del Tao con la física post-relativista, quienes estén al tanto de las incipientes investigaciones del sistema nervioso como sistema cerrado, de la lógica de los sistemas auto-referenciales y de las leyes de la forma, inevitablemente desconfiarán de convertir la alternativa materialismo vs idealismo en el lugar que separa tajante e irreversiblemente a la ciencia de la no-ciencia .
Es privativo de cierto terrorismo intelectual con sabor eurocéntrico identificar al idealismo con el conservadurismo político y al materialismo con el progreso y/o la liberación. La creencia de que “mi” teoría es mejor que la “tuya” o la “suya”, que en el mundo sólo hay lugar para una cosmovisión única y final y para un discurso plenipotenciario, y que la heterogeneidad y la diversidad son una tentadora y molesta presa que debemos exterminar, es un pesado, costoso y sangriente lastre legado por el canibalismo simbólico de Occidente.
En la historia de nuestra especie hemos asistido muchas veces a inesperadas inversiones valorativas. Lo que ayer creíamos negro hoy lo vemos blanco y viceversa. La epistemología inmaterialista es —hoy por hoy trátese de 1980 o de 2002— una poderosa herramienta de cambio. De lo que se trata ahora es de profundizar sus propuestas, ensanchar sus fronteras, hibridar sus componentes en formas más radicales, ambiciosas, y, sobre todo, menos melancólicas, que las enunciadas por el propio Bateson .
Que no se ilusionen, por lo tanto, los dinosaurios berkelianos o machianos —y sus correspondientes correlatos políticos— que creen ver en estas tendencias de punta del pensamiento contemporáneo un repliegue oportunista hacia los baluartes centrales del neo-liberalismo y el racionalismo clásicos . Puede que la gallina sea tan sólo —como querían Samuel Butler y como cacareó durante un decenio la promocionada y hoy desacreditada sociobiología— el pretexto utilizado por el huevo para reproducirse. Pero ¿y si no fuera así?...¿O si también fuera así? ¿O si no importara que fuese o no fuese así?
Más allá de sus intenciones manifiestas, el pensamiento de Bateson resulta un ariete indispensable para que dudas como éstas proliferen. También para que continúe nuestra búsqueda para acallarlas, sin que a veces podamos, o queramos, darnos cuenta de que en ese proceso surgirán, inevitable, interminable y afortunadamente, otras.

Editado por Alejandro Piscitelli

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