11/20/2004

ESPACIO DE PENSAMIENTOS ACERCA DE LA CONTEMPORANEIDAD


Formas de pensar la complejidad humana en los comienzos del siglo XXI

Dra. Denise Najmanovich

La idea con la cual construí esta presentación, es la de generar una inquietud que espero que luego, en la parte de las preguntas, nos permita abrir un espacio de pensamiento conjunto. La palabra “inquietud”, tiene múltiples significados con los que uno puede conectarse. Algunos se relacionan con los aspectos más bien negativos de la inquietud: la angustia, la preocupación (que no estaría tan mal, de vez en cuando, que sintamos en estos recintos), y otros con sus facetas positivas como la duda, la imaginación, la excitación, la efervescencia, la ambición. Mi convite de esta noche se relaciona básicamente con estos últimos y es por eso que propongo que vayamos por el lado en que “la razón gusta de estar en peligro” (como decía Bachelard). Yo creo que pensar la condición contemporánea implica necesariamente cierto disfrute del peligro. Es más, creo que pensar, a secas, es siempre una tarea de riesgo. Utilizo “pensar” en un sentido que va mucho más allá de un ejercicio racional; desde mi perspectiva, pensar es una práctica social encarnada.
En este sentido, ir por donde la razón gusta de estar en peligro, es una invitación a abrir un espacio para una sensibilidad diferente, para una emoción distinta. La condición contemporánea de alguna manera nos provoca y nos exige cambios, que al mismo tiempo nos entusiasman y nos dan miedo, haciendo que nos echemos para atrás. Barnett Pearce, un comunicólogo norteamericano, decía que “no se puede cambiar de paradigma sin atravesar un terremoto”. Sin embargo, parece ser que muchas personas quieren atravesar un sismo sentados cómodamente a la mesa y tomando el té.
Esta noche me gustaría que me acompañen a recorrer algunos territorios de la condición contemporánea. Quisiera adentrarme en ellos siguiendo el espíritu de la propuesta de Fernando Pessoa, cuando escribió “...navegar es preciso, vivir no es preciso”. Los invito a compartir un recorrido que asume que para poder moverse en los tiempos que corren es fundamental crear nuevas cartografías y sobre todo nuevas formas de cartografiar. El mundo que conocíamos, el mundo que llamamos “Moderno”, ese que describió tan bien Ricardo Forster para ustedes, aquel de “La Montaña Mágica”, donde podían sentarse unos cuantos años a conversar entre tuberculosos y simuladores de tuberculosis con ganas de conversar, no es el mundo en que nosotros vivimos.
Vamos, entonces, a desplegar distintos escenarios que a mí me han conmovido mucho y que tal vez nos ayuden a encontrarnos con esto que llamamos la condición contemporánea.
Escenario 1: Comenzaremos nuestro itinerario por la película “Los soñadores” de Bertolucci. Voy a referirme específicamente a una escena, está la joven protagonista junto a su hermano (amante-hermano) y a su amante. Son tres nada más, pero el conjunto de relaciones citables excede largamente ese número y esto ya nos convoca a la condición contemporánea: las relaciones posibles desbordan todos los marcos y todos los números con los que veníamos contándolas.
Están a punto de suicidarse inspirando gas, aparentemente por decisión de la muchacha. Ellos están dormidos, hermosamente desnudos, y de repente, un ladrillo que viene de la calle rompe la ventana, rompe el clima, rompe el espacio-tiempo y abre una nueva posibilidad. Ella enrolla la manguera con que llegaba el gas, ellos se despiertan, “¿Qué pasó?” preguntan. “Entró la calle en el cuarto”.
Al escucharlo y verlo a través de la magnífica sensibilidad estética de Bertolucci tuve la convicción de que “entró la calle en el cuarto” era una suerte de fórmula exquisita para pintar nuestra condición contemporánea. Al mismo tiempo, mientras pensaba esto emergió en mí otra idea que se entramaba con esta gestando una extraña danza: hoy en día también vivimos una época en que el cuarto entra en la calle. Los talk-shows, las web cams, y los programas del tipo de “Gran Hermano” son testimonio de otro modo de construcción de subjetividad que nos muestra que en la actualidad también el cuarto entra en la calle.
Como vemos a través de estos ejemplos, los espacios estancos entre lo público y lo privado ya no tienen el mismo tipo de frontera que tenían. Una de las cuestiones centrales que quisiera compartir es la de pensar este cambio que algunos llaman posmodernidad, otros llaman tardomodernidad y otros llaman modernidad líquida. Quisiera hacerlo desde la perplejidad y el estupor ligados al hecho de que no sólo se nos cayeron los esquemas, sino que se derrumbaron junto con el espacio-tiempo que los constituyó. Una característica central de lo que llamamos Modernidad fue la unificación del espacio-tiempo, la creación de un único mundo homogéneo, estandarizado, cognoscible, teorizable. La situación contemporánea requiere que seamos capaces de vivenciar simultáneamente una diversidad de espacios-tiempos atravesados entre sí. La condición contemporánea no es gentil. Zygmunt Bauman lo dice de un modo drástico e insuperable en su libro “Comunidad”: “Vivimos en tiempos despiadados”. Creo que lo que muestra Bertolucci en su película con mucha delicadeza es que en tiempos despiadados la ternura es una de las pocas cosas que nos permiten pensar y producir.
Al traer esta idea de que “el cuarto entra en la calle” nos pone en contacto con una temática fundamental de nuestro tiempo: la de las fronteras y límites que hemos ido trazando entre los distintos ámbitos de pertenencia, de intimidad, de práctica social. Hoy los márgenes están mutando. Algunos se disuelven, otros se solidifican, cambian de consistencia o de posición dando lugar a nuevos espacios; aparecen interfases y zonas de intercambio, se producen reconfiguraciones, nuevos caminos, diversas formas de circulación. Hoy tenemos la clara sensación de que podemos salir y podemos entrar sin que sea preciso que haya un afuera y un adentro fijos y absolutos. Es en nuestro “salir y entrar” que constituimos los afuera y los adentros a través de nuestras propias prácticas. El poeta lo diría más corto y más fácil: “Hacemos camino al andar”.
Escenario 2. Para este escenario elegí otra película que se acaba de estrenar cuyo nombre es “Goodbye Lenin” . La historia es protagonizada por una mujer, militante comunista, muy convencida de los valores revolucionarios que tiene un infarto poco tiempo antes de la caída del muro de Berlín. Despierta unos 8 meses después del histórico derrumbe. Los médicos informan a los hijos que ella está muy delicada y que no puede tener ningún disgusto; a partir de lo cual su hijo decide construir un mundo especialmente para ella. En ese universo privado el muro caído permanecerá en pie gracias al amor y al esfuerzo cotidiano de los hijos de la protagonista, sus amigos y conocidos. Lo que me resulta realmente maravilloso es advertir que un cineasta puede ser capaz de generar un mundo donde a pesar –o justamente por- la caída de los discursos totalizadores todavía queda la posibilidad de pensar, todavía queda la posibilidad de actuar diferente y de actuar de un modo que tenga que ver con los afectos, valorizando las prácticas cotidianas y los vínculos.
Este segundo escenario lo elegí para situar eso que estamos llamado contemporaneidad como un tiempo posterior al 89, es decir, después de la caída del muro. Uno de los aspectos llamativos de este hecho se relaciona con que nadie fue capaz de preverlo. Ninguno de los autores que nosotros veneramos, que citamos de la mañana a la noche, se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta que sucedió. El muro se nos cayó, literalmente, encima de la cabeza. Y se nos sigue cayendo todos los días. Lo que cae con el muro es el lugar de la teoría, la pretensión de abordar una realidad y describirla desde afuera con metodologías y modelos prefigurados. En la película se manifiesta un modo de pensar muy diferente de lo que ocurre en el mundo académico y en los debates intelectuales tradicionales. Un modo muy sensible e inteligente, fuertemente centrado en las situaciones concretas, en la vida en su devenir. El creador no ve en el mundo capitalista que se abalanza sobre la Alemania federal ninguna panacea y tampoco ve en el mundo comunista la resolución de la problemática social de una vez y para siempre. No se concentra en una lamentación de la revolución frustrada, sino que construye una nueva perspectiva que no pretende ser universal, ni dar lecciones, ni transmitir un mensaje. “Pinta su aldea” sin pretensiones y por eso mismo logra un resultado magnífico, fecundo y potente. La caída del muro y la emergencia del paradójico mundo unipolar -ese absurdo en el que estamos viviendo-, hace que resulte imprescindible pensar la tensión entre seguridad y libertad.
Aquí, en la Argentina, para acercarnos un poco más en el espacio a esta contemporaneidad de la que estamos hablando, hemos vivido la doctrina de la seguridad nacional. Muchos, ideológicamente pertrechados, salimos a combatirla y fuimos derrotados. En aquellos tiempos no nos dimos cuenta (y todavía muchos siguen sin ver) que la libertad por la que nosotros solíamos luchar estaba tan embebida de muros como aquella que queríamos derrotar. Hoy la situación es peor aún, pues las fronteras doctrinarias se han movido hasta el borde mismo de nuestra piel dando paso a la “seguridad tribal” y la seguridad individual, que nos están atenazando con una fuerza y una saña cada vez mayor.
En tiempos como los nuestros vale la pena retomar aquella pregunta que hacía Spinoza, “¿Por qué los hombres luchan por la esclavitud como si fuera la libertad?”. Tanto aquello por lo que combatíamos como el modo en que lo combatíamos constituye, para mí, un campo de pensamiento que requiere ser labrado urgentemente.
Tenemos que volver a pensar nuestra historia, reconocer su modo mítico, crear nuevos modos de historiar y de tratar con los “cuentos” que producimos. Voy a contar una anécdota, que no es precisamente una anécdota, sobre la Revolución Francesa que tal vez pueda aclarar lo que estoy planteando. La Revolución Francesa según la gente políticamente culta y correcta tuvo como consigna aglutinante “Libertad, igualdad y fraternidad”. Como yo no me he subido al tren de la corrección política y la consigna me resultaba demasiado bonita y abstracta comencé a sospechar y a investigar. Revisando la bibliografía encontré que la consigna generalizada de aquellos tiempos era “Un solo rey, una sola ley y una sola medida”. Una consigna tan local puede aspirar al éxito sólo en su tiempo y en su lugar. Desde luego que su propia localidad va en detrimento de su posible “éxito de la crítica y de público” más allá de las fronteras espacio-temporales. Esto se debe a que para el pensamiento abstracto sólo lo universal es virtud (lo contrario ocurre en el pensamiento complejo que valora lo local y lo concreto). Los historiadores se ocuparon de subsanar este defecto publicitario y se ocuparon de consagrar la versión políticamente correcta. Ni la igualdad, ni la libertad, ni la fraternidad abstractas tuvieron mucho lugar en el estado moderno centralizado y uniforme de la Modernidad y siguen siendo deudas pendientes con nosotros mismos.
El escenario 3: El ambiente que elegí para este escenario es el de la película “Big Fish”. Lo escogí porque creo que en la situación contemporánea, solemos olvidarnos de la dimensión poética de la vida, la dimensión creativa de la subjetividad humana y no nos damos cuenta de la paradoja fundante de nuestro modo de estar en el mundo. Paradoja relacionada con la relación compleja entre lo que llamamos realidad y lo que denominamos ficción, en la era de lo virtual. Como sé que muchos de los presentes esta noche aquí han atravesado cursos de capacitación, formación o como gusten llamar al estudio del construccionismo social, el constructivismo radical, la deconstrucción y otras filosofías posmodernas, me parece que es un espacio adecuado para preguntarse por el significado de la pretendida “construcción social de la realidad” y abrir un espacio de interrogación sobre la dimensión poiética (poética y productiva) de nuestra vida.
Creo que a pesar de la gran cantidad de horas de estudio invertidas en el constructivismo tenemos aún algunas deudas pendientes con nosotros mismos respecto de qué queremos decir cuando decimos que “la realidad es ficción”. Hoy hablar de realidad es poco llamativo, poco convocante, entonces he elegido comenzar esta reflexión pensando un poco más el tema de la ficción. La ficción, como un “hacer”. Algunos pueden sorprenderse aún con esta afirmación pues cuando pensamos en la ficción solemos imaginar alguna clase de nube vaporosa, glamorosa, evanescente y pocas veces nos conectamos con la ficción como aquello que es hecho, como el hacer humano.
Bruno Latour, un pensador francés a quién aprecio mucho, ha dicho que el construccionismo fue una oportunidad extraordinaria para todos, una oportunidad grandiosa de responsabilizarnos de nuestro hacer, de nuestras prácticas, de nuestros modos de estar en el mundo. Sin embargo, como todo aquello que logra una rápida popularidad, la promesa inicial se ha transformado hoy en un discurso vaporoso que despacha las cuestiones más conflictivas y acuciantes con una rápida sentencia que las declara construcciones sin indicar el modo de producción ni la clase de producto obtenido, sin profundizar en los actores y los materiales involucrados, en las modalidades prácticas que han tomado y mucho menos en su carnadura y modos de transformación. Yo comparto plenamente estas ideas, he recorrido un camino muy semejante al que describe Latour, aunque creo que todavía estamos a tiempo de hacer del constructivismo una perspectiva fértil y productiva.
En un extraordinario texto llamado “Promesas del constructivismo” Latour plantea:
(...)agregando el insulto a la injuria la sociología crítica escoge la cuestión metafísica más dificultosa y la trivializa en un juego de preguntas y respuestas, como muestra el siguiente ejemplo de tomado de un curso: ¿la “realidad construida” es construida o real? Y da como respuesta “ambas”. Agregando el comentario ¿somos tan ingenuos de pensar que tenemos que elegir? ¿no sabemos que aún la más loca de las ideologías tiene consecuencias reales? ¿no sabemos que vivimos en un mundo que es nuestra propia construcción y que no es menos real por ello? Cómo desprecio este pequeño término “ambos” que obtiene a tan bajo costo una chapa de profundidad que pasa actualmente por ser la “esencia” del espíritu crítico. Nunca fue la crítica menos crítica que cuando aceptó como una respuesta obvia a una que debería haber sido, por el contrario, la fuente de una total perplejidad. “Nosotros” nunca hemos construido el mundo a partir de nuestras puras ilusiones puesto que no existe este “creador libre” en “nosotros” y porque tampoco existe el material suficientemente plástico para retener las marcas de nuestros juegos. “Nosotros” nunca hemos sido engañados por un “mundo de mera fantasía” porque no existe fuerza suficientemente fuerte como para transformarnos en meros esclavos de poderosas ilusiones. Estas absurdas creencias son el resultado de la utilización de unas definiciones de construir, crear, influir, engañar que son las menos apropiadas. Transforman en una cosa simple aquello que es precisamente la más misteriosa conjunción de agencias.
Latour nos pone en contacto con algo que en “Big Fish” está maravillosamente expresado aunque de otra manera: con una pretensión de omnipotencia absurda del género humano y, simultáneamente, con la extraordinaria potencia de nuestra especie y, particularmente, con la capacidad constructiva de nuestra imaginación. El desafío actual para el construccionismo se centra a mi entender en el abandono de los grandes títulos y las explicaciones fáciles, para empezar a ver cómo, con quién, de qué modo, a partir de qué procedimientos, en qué espacios, con qué objetos, en qué clase de relaciones aparecen, emergen, son construidas estas famosas realidades. No basta, en ningún caso, con la hipótesis de la construcción. Es preciso también trabajar sobre las operaciones específicas que constituyen esa operación como una forma de constitución de mundos, cómo se estabilizan esos mundos, cómo vivir en ellos, y sobre todo cómo convivir en ellos. La cuestión de la con-vivencia nos llevará al próximo escenario que compartiremos esta noche.
El escenario 4: este es un escenario ya un poco más íntimo, más actual aún. La propuesta de esta escena es que nos percibamos a nosotros mismos aquí y ahora, pensando los escenarios que acabo de presentar para compartir. En general algunas de las cosas que nos pasan en estas situaciones es que tratamos de ubicar lo que escuchamos en los casilleros que tenemos preestablecidos. Estos compartimentos pueden ser teorías, mapas, o esquemas. Un maestro me enseñó hace ya tiempo que conocer empieza siempre por reconocer. Desgraciadamente la gran mayoría se queda allí, en el reconocimiento, sin dar lugar a la emergencia de novedad. Las instituciones modernas no tienen espacio, y mucho menos tiempo o interés, en fomentar la duda, en hacer lugar a la confusión, al titubeo, al ensayo, y a las emociones que les corresponden y que son inherentes al proceso de pensar. Pensar no es una actividad ordenada, no sigue un plan preestablecido, no implica necesariamente un procedimiento prolijo y rara vez es políticamente correcto, porque pensar es cambiar de ideas. Es más bien angustioso, difícil, violento, posibilitador, seductor, excitante, pero no anda por los carriles que han trazado nuestros modos institucionales. Quiero destacar este aspecto social, institucional, colaborativo del pensar porque no quiero que se interprete mi planteo de que “cuando alguien está conociendo está reconociendo” como una característica subjetiva o personal. Quisiera en este escenario que pensemos ¿Quién piensa? ¿pensamos como individuos? o tal vez no exista ese famoso sujeto cartesiano que piensa, sino que pensamos en, con, junto, contra el colectivo en el cual convivimos y nos permite pensar, legitima nuestro pensamiento, le da forma, lo conforma y lo transforma. Decía Ignacio Lewcowicz que la certeza de “Yo pienso” se nos va haciendo agua.
Pensar es una función del colectivo, y yo agregaría, lo agregaba en un trabajo en homenaje a Ignacio, “Nosotr@s Pensamos” porque nuestro pensar no tiene género y porque está mediado por un conjunto de operaciones que incluyen todos los sistemas informáticos con los cuales nosotros hoy pensamos. No solo pensamos en grupo, no solo pensamos en instituciones, pensamos de un modo peculiar según las tecnologías de las palabras que utilicemos para producir sentido y compartirlo.
Escenario 5: No por ser el último espacio que hemos de recorrer esta noche es el menos importante, probablemente todo lo contrario. La apuesta ahora se redobla pues quiero que nos preguntamos: para qué pensamos todo esto y desde dónde lo pensamos, cuál es el propósito, cuál es ese horizonte que nos hace constituirnos en un lugar para pensar nuestra condición contemporánea, en la medida en que, repito y aunque sea por enésima vez: el pensamiento es una actividad energéticamente costosa y vale la pena cuidar las energías en este mundo despiadado.
Creo que todo lo que he presentado sobre la condición contemporánea tiene por lo menos para mí un horizonte que es la construcción de la convivencialidad. Esta es la cuestión clave de nuestro tiempo (tal vez de todo tiempo) y este es el lugar desde donde yo por lo menos quiero compartir estas búsquedas.
La convivencialidad, no solo entre nosotros sino en nosotros mismos, ya que como decía el poeta: “En la vasta colonia de nuestro ser hay gente de muchas especies pensando y sintiendo de manera diferente y todo este mundo mío de gente ajena entre sí proyecta, como una multitud diversa pero compacta, una sombra única” (Fernando Pessoa)
Creo que hoy en día el nivel y el grado de conflictividad que tenemos en la convivencialidad mana de una doble fuente: la erosión del estado, y de las formas representativas en general, y esa sombra polifacética en lucha consigo misma que es cada uno de nosotros. Como bien lo ha dicho Ignacio Lewcowicz: “La existencia ya no es un dato sino que es producto de un trabajo. Al desfondarse toda certeza el camino para percibir que uno existe es el pensamiento. Se existe por vía del pensamiento, lo que no es seguro es que sea yo el que piensa y que sea yo el que existe. Uno existe por un efecto del pensamiento, pero ya no es tan claro que sea yo el que piensa”.
Una frase difícil. Nos invita a un momento de consideración. Quisiera que la pensemos en relación con la caída del muro, con la construcción de la convivencialidad y con ese espacio en que nosotros nos constituimos para pensar, con esto que él llama “existir” y que tiene que ver con que la existencia del sujeto como humano y no sólo como una entidad biológica. No me refiero tampoco a una existencia ligada exclusivamente al contrato social sino a una existencia que podríamos llamar pulsante. En esta condición particular que nos toca vivir, en la que el Estado está en franca erosión en todo el mundo y en la que las certezas y los modos institucionales con que el Estado garantizaba nuestra existencia están completamente volatilizadas, el existir es una exigencia que nos lleva casi toda la energía. En las condiciones de la “Modernidad Líquida” no hay garantías, ni fundamentos, ni soportes externos. Ahora estamos nosotros frente a frente dispersos o enlazados según sepamos construir. Este es un modo completamente diferente de vivirse en el mundo que el que fue posible en la “Modernidad Sólida”. Antes uno podía saber, por ejemplo, que se recibía y obtenía un título para toda la vida y esto le habilitaba para obtener un lugar social supuestamente garantizado de por vida. Ahora uno tiene que recertificar los títulos, y no sólo los títulos, sino la existencia misma permanentemente y ya no sabe si es, si seguirá siendo, si por cuánto tiempo o cómo va a volatilizarse cualquier aspecto de las múltiples personalidades o “almas”, como diría Pessoa, que lo habitan. Creo que en este sentido, cuando él dice “vivimos por efecto del pensamiento”, “existimos por efecto del pensamiento” nos propone que nos hagamos cargo de la exigencia contemporánea del hacernos presentes en nuestra propia vida y darnos cuenta que nuestro ser (que ahora se reconoce claramente como un devenir) no está garantizado por ninguna institución, por ninguna pertenencia, por ninguna afiliación. “Vivimos en una época despiadada” quiere decir que estamos en una época de desafiliación. De desafiliación en todo sentido. Por eso el tema central de nuestra contemporaneidad es la convivencialidad, necesitamos pensar cómo construimos ese espacio común, cómo constituimos una comunidad. Término que a veces nos convoca a creer en un paraíso sin conflictos y que un maravilloso cineasta español logró presentar como un verdadero infierno en una película cuyo título es precisamente: “La Comunidad”. Esta excelente obra de Alex de la Iglesia puede ser un verdadero antídoto para aquellos que aún se sostienen gracias a la ingenuidad de creer en auroras resplandecientes.
La palabra “comunidad” hoy está profundamente ligada a la noción de identidad. Quiero compartir las palabras de Bauman al respecto: “Como ha observado recientemente Eric Hobsbawm, la palabra comunidad nunca se ha usado de forma más indiscriminada y vacía que en las décadas en que las comunidades en sentido sociológico se hicieron difíciles de encontrar en la vida real. Hombres y mujeres buscan grupos en los que puedan pertenecer de forma cierta y para siempre, en un mundo en que todo lo demás cambia y se desplaza, en el que nada más es seguro. Jack Young aportó una glosa sucinta y penetrante a la observación: la identidad se inventa justo cuando colapsa la comunidad.”
La identidad, palabra y el juego de moda, es un sucedáneo de la comunidad, de ese supuesto hogar natural o círculo cálido que nos mantiene protegidos de los vientos fríos del exterior. La temática identitaria crece y se expande al ritmo de la erosión del estado: las luchas identitarias ya se trate de identidades sexuales, identidades étnicas, etc no pueden entenderse sino es en el marco de la dilución, evaporación, de las instituciones que garantizaban nuestra existencia a través de la pertenencia. Una respuesta desesperada a la volatilización de las instituciones es la búsqueda de otra nuevas a las que adherir, que nos provean las certeza donde refugiarnos. El problema radica en que la identidad hace muy mal lo que la comunidad, no diría que “hacía bien”, pero podía hacer satisfactoriamente. La perspectiva identitaria suele tener un modo furioso, puesto que habitualmente se constituye a partir la exclusión del otro.
Este horizonte ético que nos sitúa en la tensión comunidad-identidad, tiene como propósito dar cuenta de nuestra contemporaneidad desde la perspectiva que nos lleva a hacernos cargo de que cada uno de nosotros participa inevitablemente de la construcción del mundo en el que convivimos y, simultáneamente, somos forjados en esta tarea que jamás es solitaria, ni individual, que no tiene meta ni forma prefijada. Quiero destacar que esta co-construcción, no incluye solamente a nuestros congéneres sino a todas la criaturas con las que compartimos el mundo. Desde esta perspectiva una de las cuestiones más importantes que tenemos que tratar en la contemporaneidad es cómo generar un lazo productivo y vital a través de la tecnología respetando todas las otras formas de existencia. De nada sirven los llantos antitecnológicos, ninguna tecnología ha retrocedido una vez instalada; y la dicotomía humanismo-tecnologismo que siempre ha sido ridícula, hoy es patética. Las tecnologías lejos de ser anti-humanas, son una producción nuestra, más aún, podemos decir que llevan la marca de lo humano. Somos nosotros quienes las hemos construido y las dotamos de sentido. Es a través de ellas nos comunicamos, relacionamos, damos forma a nuestro mundo y también lo transfiguramos en un proceso en el cual el hombre, la naturaleza, los objetos van instituyendo un sentido a la vez consistente y evanescente, potente y variable, productivo y constitutivo. En esta tarea sin fin y búsqueda sin término hoy el acento para mí está en cómo convivir en la diversidad y no cómo diferenciarnos desde la indiferencia.
si les interesa.... busquen alejandro piscitelli

No hay comentarios.: