6/29/2006

Sociedad - Vivir juntos el otoño de la vida

Sin embargo, son muchas las parejas que aseguran que pese al paso insoslayable del tiempo el amor persiste y se enriquece, e inclusive puede volver a sentirse “como a los 20”, en el llamado “otoño de la vida”, cuando la sabiduría y la experiencia pesan más que los prejuicios sociales.
“Lo nuestro fue como una película de cine. Conocí a Víctor Hugo hace 23 años, cuando un día fui a ver un departamento que él ponía en alquiler. Ahí nos vimos por primera vez, me enamoré perdidamente y nunca más nos separamos. Él había quedado viudo en noviembre y yo en mayo de ese mismo año, yo tenía 63 y él 67 pero nunca nos importó”, le contó a Info Región Nidia (86).
Para afirmar ese argumento Aníbal Rodríguez (72), también habló con este medio de una historia que según asegura le devolvió los sueños y la vitalidad, y donde pareciera que el tiempo no cuenta, o al menos, no demasiado.
“Nosotros nos conocimos en un viaje de jubilados. Clara era amiga de una señora compañera mía del centro, y justo en esa oportunidad, que fuimos a las Cataratas, la llevó de acompañante. Hacía 5 años que yo había enviudado, y después de estar muy mal un amigo prácticamente me arrastró al club. Nunca pensé que iba a ponerme tan bien, y menos que me iba a enamorar. Me acuerdo que ella me había llamado la atención por lo elegante y por lo divertida, yo era como quien diría un viejo amargado. ¿Qué sentía? Un cosquilleo cada vez que la veía, en realidad me conquistó su alegría, y bueno, después de ese viaje ella empezó a frecuentar el centro y a los cinco meses, en una salida me le declaré, muerto de vergüenza porque al principio me sentía ridículo”.
La protagonista de esta historia, cuenta que a ella no la sorprendió como a Aníbal la llegada del amor.
“Yo lo tomé muy bien, no me daba ni vergüenza ni miedo, al contrario. Lo vi buen mozo de entrada. Un día me encontré preocupada por elegir la ropa que me iba a poner el sábado, por el peinado, y me di cuenta que algo pasaba, que quería volver a llamarle la atención a alguien, que quería verme atractiva otra vez. La verdad es que no dudé. Después de todo le había dedicado mi vida a mis dos hijos y a mi esposo, hasta que murió. Mis hijos son muy buenos, pero ellos tenían su vida, por eso me sentía con derecho a rehacer la mía”, contó.
Si bien las parejas que se animaron a un nuevo romance en la tercera edad sostienen que la emoción y la atracción “se siente y se vive igual que en la juventud”, muchas veces uno de los obstáculos con los que se encuentran son sus propias familias, que en ocasiones creen que enredarse en un amor cuando ya hay nietos y todo un camino recorrido es algo parecido a una locura.
De acuerdo a los estereotipos sociales que rigen, de los adultos mayores se espera sensatez, cordura y serenidad, por eso, quizás, gran parte de la sociedad considera que caen en un grave error si se abocan al romance, que inspira supuestamente a todo lo contrario.
Para Alfredo Baisenbock, psiquiatra de la Asociación de Gerontología y Geriatría del Oeste de la provincia de Buenos Aires, son los prejuicios y la visión exageradamente negativa que se tiene de la vejez lo que conduce, en algunos casos, a desconfiar de la posibilidad de encontrar el amor en la tercera edad o a juzgarlo, por creer que está “fuera de tiempo”.
“A través de lo que vemos con nuestros pacientes diariamente podemos decir que el amor en la tercera edad se vive como en cualquier edad, lo que pasa es que hay una serie de prejuicios y estigmas en la sociedad que tienden a desvalorizar esta situación. Pese a la “modernidad” de la época, si es una mujer la que decide formar nueva pareja se la llama “viuda alegre”, y si es un hombre “viejo verde”. No se acepta la sexualidad ni el amor en los adultos mayores”, señaló el profesional.
Que explicó: “En general a los abuelos se les van quitando y ocultando derechos, entonces resulta que a veces son los mismos hijos quienes no les dan permiso de enamorarse. Existe la creencia de que cuando uno tiene más de 65 años ya no sirve para nada, y la realidad es que nadie tiene la vida comprada. Para vivir un gran amor se puede tener 90 años o 20, da lo mismo”.
Con las palabras del médico coincidió Nidia, que destacó que paradójicamente, y contrario a lo que muchos piensan, en los amores tardíos el tiempo no es lo que falta ni lo que amenaza la relación, sino lo que permite forjar otro tipo de vínculo, distinto tal vez a aquel que une a una pareja joven cuando todavía todo está por hacerse y cuando el ímpetu de los pocos años opacan a veces la reflexión y la calma.
“Si el amor que vivo con Víctor Hugo no es el mismo que el de los 20 o el de los 30 es porque hay una sola diferencia, y es la de las pasiones. No sé como explicarlo, es otra cosa. Nosotros tenemos mucha convivencia, estamos siempre juntos, nos acompañamos y charlamos sobre todo. Tratamos de vivir y de disfrutar todos los momentos. La pasamos muy bien”, recalca.
Verónica Chalhón, co -directora de ASINTE -Asistencia e Investigación en la Tercera Edad- señaló que empezar nuevos proyectos en la etapa de la vejez –incluido el amor- colabora para que los adultos mayores puedan tener una mejor calidad de vida.
“Hay planes y sueños que empiezan en la tercera edad, en nuestros talleres tratamos con abuelos que a los 60, 70 u 80 escriben libros, comienzan una pareja, o se van a vivir juntos. Si todo esto es apoyado por las familias es mejor. Hay distintas maneras de envejecer, y hay un envejecer más saludable vinculado a los proyectos y a la idea de que no todo termina”, indicó la psicóloga
“La persona solitaria tiende más a la depresión, la que está con otra tiene una chance extra de estar mejor, y esa chance se la da el vínculo”, agregó.
Los amores de Víctor, Nidia, Aníbal y Clara son, si se quiere, amores nuevos. Sin embargo, en la tercera edad hay otro tipo de cariños, que quizás no sean los audaces que se atrevieron a nacer cuando muchos piensan que el tiempo se termina, pero son los sublimes que se resisten a morir opacados por la impronta de los años.
¿Cómo se vive el amor después de 50 años de amor?, ¿cómo se asimila el paso del tiempo en el cuerpo propio y de aquel a quien se ama?, ¿qué tipo de vínculo se alberga cuando la pareja vuelve a quedar sola, cuando los hijos ya formaron un hogar y dejaron el propio, cuando la historia de los dos ya pesa tanto, y guarda tantos recuerdos?
“Se vive mejor que antes, porque la otra persona ya no esconde secretos, y porque llega el tiempo de disfrutar todo lo que se ha sembrado juntos. Uno se ve envejecer, es cierto, pero es una cuestión natural que se asimila”, responde Arcadio Torres (79), que mientras mira su esposa comenta: “Yo a ella la quiero y la valoro más que cuando éramos jóvenes, porque sé de todo el sacrificio que hizo a mi lado para que salgamos adelante, para criar a nuestros hijos y tener hoy una linda familia”
Y su mujer, Catalina (82) lo interrumpe: “Ahora vivimos momentos diferentes. Francamente es lindo ser joven. Cuando nosotros recién empezábamos y teníamos los chicos chiquitos vivimos una etapa muy alegre. Ahora la casa esta más triste, pero tenemos tranquilidad, somos más libres, tenemos menos preocupaciones y menos presiones. Hablamos más, tomamos más mates, miramos más tele, comentamos más cosas. Nos cuidamos mucho, ahí está el secreto: cuando uno llega a viejo esa es la mejor manera de quererse, cuidarse y entenderse el uno al otro, porque se vuelve a ser dos”.
La psicóloga Susana Krell, aseguró que sólo son mitos los que tiñen a la tercera edad de una connotación negativa y coincidió con Baisenbock al destacar que el deseo de amar y ser correspondido no pasa por una cuestión de años, ni de belleza.
“Cuando alguien decide darle rienda suelta al amor en la tercera edad no necesariamente decide volver a empezar, sino que se anima a vivir algo diferente. En todas las etapas de la vida hay cosas que empiezan y otras que terminan. La vejez es una etapa terminada para la maternidad, pero no para el deseo, y tampoco para amar, para trabajar y para disfrutar”, señaló.
De esto precisamente hablan los hombres y mujeres que no temen a la hora de sacar provecho de los momentos compartidos, sin darle demasiada importancia a los relojes; y que advierten que “las arrugas y el paso vacilante no quieren decir que en el pecho aún no lata un corazón”.
“Lo que a mí me impulsó a enfrentar a mis hijos y decirles ‘tengo novio’ fueron las ganas de vivir. Estaba muy sola, porque es verdad que uno con los nietos se divierte, pero los nietos crecen y yo sentía que a larga me iba a convertir en una carga- cuenta Clara- Ahora con este viejo conocemos paisajes, vamos al club, tenemos otras parejas amigas, salimos. Y lo principal, estamos juntos para ver cómo pasa el tiempo, cómo van cambiando las cosas, cómo vienen los achaques. Pasarlos íbamos a pasarlos igual, y nosotros elegimos estar juntos, para afrontarlos mejor”.
Matilde Volpi (86) y Osvaldo Barneche (86) adhirieron a las palabras de Clara y añadieron que lo importante, es no perder la vitalidad y las ganas de soñar proyectos.
“Nosotros nos casamos en el año 1953 y puedo decir que al amor se lo sostiene con mucha paciencia y resignación en todo. Después, se vive como siempre, porque cuando uno se quiso toda la vida se sigue queriendo, y más. Somos un matrimonio que se lleva muy bien. Mi marido es deportista, muchas veces está afuera, viaja, compite, los dos tenemos mucha vida y mucha movilidad, no nos quedamos. Los años pasan, es verdad, y van surgiendo otro tipo de inconvenientes que hay que tratar de sobrellevar, como se sobrellevaron tantos a los largo de 53 años de vida en común”, sostiene Matilde.
Como las palabras lo demuestran, el amor en la tercera edad puede adquirir distintos matices. Más amistoso o más pasional, más asentado o más audaz, jovial y alegre o reflexivo, se expresa, se siente y se vive aún con los años a cuestas.
No importa que la piel haya perdido la tersura, que las manos tiemblen un poco o la memoria falle si es cuestión de acordarse fechas, cifras o detalles. Lo que cuenta es el sentimiento que aflora cada vez que se descubre que aún en el otoño de la vida se puede volver a proyectar planes a través de otro, o cuando se reconoce en un par de ojos reposados la misma mirada que supo conquistar y despertar los sueños cuando la primavera recién comenzaba.

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