8/28/2007

EXPERIENCIAS.COM: Mi experiencia.com

Mi experiencia.com
1.
Digamos que me llamo Roberto Guzmán.
A fines del febrero del año pasado, pocos días después de cumplir 28 años, viajé a España. Nunca había estado en Europa, nunca había volado en avión. Era toda una experiencia nueva. Les pedí a dos amigos que me contactaran con algunas personas de allá: uno, un muchacho de La Plata que estuvo dos años estudiando en Madrid; la otra, una española que había venido a estudiar a (y fue compañera mía en) Buenos Aires.

Esta chica española me habló muy especialmente de una señorita, a quien –a los fines de este artículo– llamaremos María. Cuando estuve allá conocí a María y nos caímos muy bien. Nos vimos un sábado, un ratito del domingo… y el lunes yo me iba, es decir, me volvía a la Argentina. No había pasado nada, pero a mí ella me había gustado, y se me cruzaban dos ideas:

1) Le decía a María que me había gustado. Total, era probable que nunca volviera a verla. ¿Qué podía perder? Aunque estaba el riesgo de que mi confesión le cayera mal y que todo se fuera al diablo.
2) No le decía nada. Ya me iba, así que no podía ganar nada, a lo sumo un “a mí también me gustás, qué pena que vivamos a 11 mil kilómetros de distancia”. Y adiós.

Pensando y repensando la noche de ese domingo, decidí decirle lo siguiente:
–La verdad que me caíste re bien y me gustás y estoy seguro de que si me quedara más tiempo acá me enamoraría de vos.

El lunes nos vimos. Tomamos un café y charlamos un largo rato… y no me animé. No le dije lo que había planeado. Sólo llegué a decirle que era verdad lo que me habían anticipado sobre ella, que era “linda por dentro y también por fuera”.

Volví a Buenos Aires. Y acá empieza la parte “puntocom” de la experiencia. El primer día le mandé un mail y ella me lo respondió. El segundo también. Cuando por fin hablé con mi amiga española que vivía acá, le dije: “Me gustó tu amiga”. Y entonces ella me cuenta que María, por mail, le dijo que su amigo –o sea yo– le había parecido “majo” y que si se quedaba unos días más en Madrid, ella se enamoraba. ¡Lo mismo que no me animé a decirle yo!

Pasaron un par de semanas con mails yendo y viniendo todos los días. Hasta que tomé la decisión de confesarle todo lo que me había pasado. No se lo conté por e-mail, sino por carta. Una hoja de papel escrita de puño y letra en un sobre de papel que cruzó el Atlántico y llegó hasta su piso madrileño. Ella me respondió por mail, y me dijo lo previsible: que estábamos muy lejos, que no sabíamos si volveríamos a vernos… Después de un largo intercambio, llegamos a un arreglo:

“Seamos amigos; vos estás allá y yo acá. Pero si un día, por esas cosas de la vida, yo voy a Madrid o vos venís a Buenos Aires o nos cruzamos en alguna otra ciudad del mundo, y si vos estás sola y yo también estoy solo, te invito a tomar un café y vemos qué onda”.

2.
Meses después, cuando seguíamos intercambiándonos correos diariamente, decidí –por varios motivos– que quería irme a vivir a España. Así fue que empecé a buscar posibilidades y alternativas. Comencé a ahorrar dinero y a hacerme la idea de que a mediados de lo que entonces era el año que viene (es decir, 2007) me iría. No sonaba como algo sencillo. Implicaba dejar el trabajo y la familia, los amigos, el país, en fin, toda una serie de cosas.

Y ahora, por fin, llegó el momento. Hoy lunes, mientras este post se publica, un avión de Iberia está llevándome rumbo a Europa. A probar suerte y con la mira puesta en algunos objetivos profesionales, de la vida misma… y también porque está María.

Quien esto escribe fue, desde su creación y hasta el viernes pasado, uno de los editores de este blog. Digamos que se llama Roberto Guzmán. Digamos que ella acaso se llama solamente María.

El final de la historia, por supuesto, está por escribirse…

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