La antropóloga
Helen Fischer, de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, se decidió por un
objeto de estudio tan vapuleado como poco explorado científicamente:
el amor. Busca descifrar de qué se trata y cuáles son los
procesos químicos, físicos y corporales que conlleva, basa sus experimientos en
series de imágenes cerebrales a través de resonancias magnéticas.
Según informa el diario
El País
, Fischer llegó a la conclusión de que son tres los procesos cerebrales implicados:
“primero el
impulso sexual indiscriminado, una fuerza autónoma que desata la búsqueda de
pareja en cualquier acepción del término; luego la
atracción sexual selectiva; y por último
el cariño, el lazo afectivo de larga duración que sostiene a las parejas más allá
de la pasión”.
Estos tres procesos son distintos, pero están interconectados y tienen un raíz evolutiva común:
favorecer la
conservación de la especie humana. El primero de los procesos, relacionado con el
instinto sexual, está muy relacionado con la actividad hormonal.
En el caso de los hombres, y según demostraron profesionales del Face Research Laboratory de la
Universidad de Aberdeen, los altos niveles de testosterona condicionan cuáles serán los
rasgos femeninos que más se acercarán al ideal de mujer buscado. Lo mismo ocurre
con las mujeres.
La segunda fase, la del amor romántico, está caracterizada por la
atracción sexual selectiva. Si bien este proceso tiene bastante en común con el
período de cortejo de varias especies de mamíferos, Fisher marca una rotunda diferencia:
“El ritual de elección de pareja dura minutos u horas, como mucho días o semanas; en
los humanos, esa fase temprana de intenso amor romántico puede durar de 12 a 18
meses”.
Durante este proceso de
enamoramiento, las cualidades del otro se ven agigantadas y los defectos, por el
contrario, aplacados.
“Las adversidades estimulan la pasión, las separaciones disparan la
ansiedad” explica el artículo, y ahonda en el tema:
“Son los signos de un alto nivel de dopamina en los circuitos del placer del cerebro,
y así lo han confirmado los experimientos de imagen”.
El problema es que el amor romántico, como decíamos antes, suele durar menos de dos años, y en
ese tiempo, los
“cachorros” humanos no están en condiciones de cuidarse solos. Por
eso, es necesario un mecanismo que prorrogue los lazos afectivos entre sus padres, para asegurarle
cobijo. Para que la historia termine bien, entonces, es necesario tener en cuenta un factor que
suele ser determinante:
la fidelidad.
Estudios científicos aseguran que, en ciertos animales,
la traición amorosa está determinada por un gen que fabrica el receptor de la
vesopresina, que es una hormona capaz de alterar el comportamiento.
En los humanos, hay otro gen al que le atribuyen “la culpa de la infidelidad”:
el receptor de la oxitocina.
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